ARCA
Por: Juan Carlos RECINOS
(EN LA TRAILA TODOS CABÍAMOS DE IHOVAN PINEDA)
El sueño americano huele a muerte. Desde que un migrante cruza la primera frontera —sea hondureño, salvadoreño o mexicano— lleva la muerte pegada al cuerpo, como una sombra fiel.
Algunos mueren en el intento; otros, en el olvido; los menos sobreviven para contar lo que vieron. En la obra de Ihovan Pineda, En la traila todos cabíamos, la traila no es solo un vehículo, sino un arca de fatalidad, una extensión de la ruta donde la sombra es un pasajero más. La obra poética se instala en una geografía de la herida y establece que el viaje no es un anhelo de prosperidad, sino una urgencia nacida de la violencia. Colima, la (su) tierra natal, es un oxímoron brutal, una ciudad de palmeras y balaceras que anula la belleza natural con la fatalidad.
México se convierte en un túnel sin salida que justifica el éxodo. En este contexto de partida forzosa, la traila se configura como una estructura de resistencia y fraternidad, un arca que contiene al ser colectivo, donde todos cabíamos porque todos éramos nosotros, una cohesión que se opone a la fragmentación del destino individual. Las distancias del mapa que abre el libro no son solo kilómetros; son la cartografía de la desesperación, la única certeza numérica en medio de la incertidumbre.
El eje dramático del poemario reside en la transacción cruel que el viaje exige. El poeta confiesa sin rodeos la paradoja del desarraigo: fui a buscar dólares, pero también a un hombre que era yo. La ganancia material se paga con la pérdida de la presencia y del ser auténtico. Esta disociación de la identidad se evidencia en el desdoblamiento del yo: ¿soy el que fui, el que va a ser? ninguno de los dos. El único ancla que le queda al poeta es la memoria, la única que me acompaña en un tránsito donde el tiempo con los hijos se sustituye por el aumento en la cartera: allá crece la cartera, acá crecen los hijos. Pineda logra la brillantez mediante una disonancia lírica que humaniza al migrante. Ejecuta una transculturación poética al yuxtaponer el lenguaje de la calle y el corrido en la poesía.
Las referencias a Alex Lora, Los Terrícolas, José José, Calibre 50 o Los Nuevos Escoltas no son meros adornos; son el soundtrack de la Ítaca moderna, canciones que glorifican la resistencia individual ante el riesgo: el pecho a las balas. El poeta utiliza este léxico de dureza para contrastarlo con la tristeza de la memoria, revelando la fragilidad emocional detrás del sujeto rifado. La poesía de Pineda encuentra un profundo diálogo con la poética de la muerte y la ruta establecida por Balam Rodrigo en su Libro centroamericano de los muertos. Ambos autores convergen al utilizar el rigor documental para registrar el costo humano del tránsito.
El rigor de Rodrigo en la denuncia de la deshumanización del cuerpo en la ruta se complementa con Pineda en el registro de la violencia de origen y el exilio interior en el nuevo destino. Ambos poetas elevan el riesgo de ser un soldado caído a una categoría ética que desborda las estadísticas. El libro culmina sin redención. El retorno no ofrece restauración, instalando al poeta en un desarraigo perpetuo donde se encuentra un vacío irreversible. La voz poética, con amarga lucidez, sentencia la ética final de la supervivencia: la patria está dónde está el billete y tu libertad. Pineda, en última instancia, traza el mapa de una herida donde la única certeza es que la fragilidad del alma es el precio final por evadir la sombra fiel de la muerte en la tierra propia.
En “Cuando esté allá”, la voz poética establece la distancia entre el lugar y el afecto. Voy a escribirte un poema para decirte que llueve y hace mucho frío: la carta no es comunicación, es la prueba de una ausencia. El hablante confiesa una verdad ontológica: el migrante no se traslada solo en el espacio, sino en la identidad. El poeta es aquel que desciende al fondo de sí mismo para hallar en la oscuridad el rostro común de todos. Pineda encarna ese descenso: me voy a morir a otra parte es tanto un verso como una tesis sobre el ser.
La muerte no está al final del camino, sino dentro del trayecto. Migrar es morir fragmentariamente: perder el idioma, el cuerpo amado, el tiempo de los hijos. La experiencia íntima del exilio, la nostalgia por los afectos y la memoria que preserva lo perdido, se convierte en acto poético. En este libro podría leerse la continuidad de una tradición mexicana del desencanto que va de Ramón López Velarde a Jaime Sabines y de José Emilio Pacheco a Ihovan Pineda: poetas que enfrentan la ruina del país como destino íntimo.
En “La soledad del cuchillo”, el poeta condensa la experiencia del país violento y la precariedad cotidiana. La voz poética se desdobla entre la intimidad doméstica y la brutalidad exterior: la soledad del cuchillo mata, las cazuelas abandonadas marcan el tiempo. La casa vacía, los platos abandonados, el Facebook que anuncia tres asesinatos: Pineda traslada el paisaje colimense a un espacio mental de ruina. Aquí se inscribe la primera dimensión de la muerte: no como fin, sino como conciencia. El verso un tren desconocido pronto tomarás se lee como símbolo de tránsito perpetuo, el tren de la Bestia convertido en metáfora existencial del capitalismo y la migración forzada.
El poema expande la identidad del hablante a una autobiografía colectiva: no voy tarde es el tiempo que me corresponde. La memoria se convierte en territorio seguro y único, un ancla frente al desarraigo y la violencia. La frase no tengo biografía, tengo memoria sintetiza esta experiencia: la memoria, y no la documentación oficial ni el lugar de origen, es el eje de la identidad del migrante.
La sección de la traila en “El viaje, el pase, el jale” instala el corazón del libro. El hablante recita los nombres de los compañeros como si fueran apóstoles de un evangelio fronterizo: Mario, Marcos, Checho, Henry. En la traila todos cabíamos porque todos éramos nosotros. La comunidad sustituye a la patria. Sara Uribe, con su poética de la intimidad y la periferia, comparte con Pineda la capacidad de articular la voz individual y colectiva en un mismo poema, donde la memoria se vuelve territorio compartido. La música de rock y la popular — Alex Lora, Los Terrícolas, José José, Calibre 50, Los Nuevos Escoltas o Banda MS— actúan como un código de resistencia cultural. Pineda reescribe el corrido: ya no es la apología del narco, sino la elegía del trabajador anónimo.
El pecho a las balas adquiere un tono ritual, el sacrificio como forma de subsistencia. Si Balam Rodrigo documenta el cuerpo mutilado, Pineda documenta el cuerpo cansado. Fui a buscar dólares, pero también a un hombre que era yo resume toda una filosofía del exilio interior: la búsqueda económica deviene búsqueda ontológica, de la otredad del yo; de la épica desde el fracaso; de la ética del testimonio.
El regreso no restaura: nada te pertenece ni lo que está del otro lado. La migración no es desplazamiento geográfico, sino reconfiguración del yo y del tiempo. Raúl Zurita documenta la desaparición, Balam Rodrigo la violencia; Sara Uribe y Armando González Torres la intimidad ética; Paz el exilio interior; Domínguez Michael la tradición contemporánea. Pineda sintetiza estas líneas: la tragedia social se mezcla con la intimidad, la crónica con la canción, la memoria con la comunidad.
Su poesía es una epopeya del desplazamiento, donde migrar significa perder y reconstruirse, estar presente en la ausencia y sobrevivir frente a un túnel sin salida. La traila se vuelve microcosmos ético y poético: la poesía actúa como refugio, registro y resistencia. Como escribe Pineda: “Los tuyos son los que están contigo donde quiera que estés”, un epitafio y, al mismo tiempo, una promesa que atraviesa fronteras. La obra nos recuerda que la poesía de la migración no solo documenta la ruta y la violencia, sino que restituye la dignidad del que atraviesa, y establece un diálogo profundo con la tradición latinoamericana de la memoria, el desarraigo y la ética poética. En la traila todos cabíamos todos somos migrantes como bien lo afirma Jorge Drexler en su emblemática canción De amor y de casualidad:
En este mundo tan separado
no hay que ocultar de donde se és,
pero todos somos de todos lados,
hay que entenderlo de una buena vez.





















