Frases de oro
Por Jorge Arturo OROZCO SANMIGUEL
En la vida pública, pocas virtudes son tan esenciales y tan escasas como la capacidad de responder. La palabra responsabilidad proviene del latín respondere, “responder”. En ella se encierra una verdad moral profunda: quien ejerce poder debe dar razón de sus actos ante quienes lo eligieron. La política democrática no se mide por la cantidad de promesas, sino por la voluntad de rendir cuentas; por la disposición de explicar, justificar y asumir las consecuencias del poder.
Sin embargo, en México, la rendición de cuentas ha sido más una aspiración que una costumbre. A menudo se confunde con un acto de propaganda: grandes escenarios, cifras maquilladas y discursos que hablan más de triunfos que de compromisos. En muchos casos, los informes públicos se vuelven monólogos de autocelebración, donde el o la funcionaria habla, pero no escucha; donde el pueblo mira, pero no dialoga.
En ese silencio se erosiona la confianza social y la política pierde su sentido de servicio.
Rendir cuentas, en su esencia, es un acto de humildad republicana. No se trata de exhibir logros, sino de reconocer que el poder no es propiedad, sino encargo. Implica abrir un espacio de diálogo ético, un momento en el que la palabra se vuelve verificable y la ciudadanía recupera su derecho a preguntar. Quien informa con honestidad honra la idea original de la representación: ser voz de muchos, no dueño de nadie.
En Colima, este principio adquiere relevancia particular. A lo largo de los años, quienes detentan el poder han convertido los informes en rutinas administrativas o espectáculos mediáticos, olvidando que gobernar implica responder. Pero hay excepciones que confirman que la política puede ejercerse con coherencia y convicción. Existe un partido en Colima que, sin haber gobernado el estado, ha mostrado un compromiso ejemplar con la transparencia. Las y los representantes populares del Partido del Trabajo han cumplido con el deber de informar ante la ciudadanía de manera constante, clara y directa, sin necesidad de ostentar el poder ejecutivo ni de disponer de grandes recursos.
Casos como el de Joel Padilla, Marcos Barajas y Evangelina Bustamante, dan cuenta de una práctica política distinta: aquella que se construye en la cercanía con la gente. En particular, Padilla y Barajas han marcado un precedente en la historia política de Colima al rendir sus informes de labores en los diez municipios del estado, un gesto que trasciende la formalidad del protocolo y recupera el sentido más humano del mandato popular. No se trata solo de cumplir una obligación, sino de mantener vivo el diálogo entre quien representa y quien confía.
Este tipo de ejercicio merece destacarse porque devuelve dignidad a la palabra política. Informar en cada municipio no es únicamente cumplir con la ley, sino reconstruir el vínculo simbólico entre el poder y el pueblo. Significa decir: “estamos aquí, seguimos escuchando y seguimos respondiendo”. En tiempos donde la distancia entre la ciudadanía y sus representantes parece irreparable, estos actos de rendición auténtica se convierten en señales de esperanza democrática.
Desde una lectura lingüística, el informe no es un documento muerto, sino un acto de habla que tiene consecuencias. Cuando un representante se presenta ante la gente para decir “esto hicimos”, eso genera confianza, suscita cuestionamientos y abre la posibilidad de un diálogo. En ese momento, la política deja de ser monólogo y vuelve a ser conversación.
Sociológicamente, estas prácticas cumplen una función reparadora. Frente al desencanto ciudadano y la crisis de credibilidad de las instituciones, la rendición de cuentas públicas y territoriales reanima la confianza cívica. No porque la palabra por sí sola resuelva los problemas, sino porque, sostenida en hechos, restaura el sentido de comunidad. Rendir cuentas es, al final, una forma de volver a unir lo que la política suele separar: el poder y la gente.
El ejemplo de quienes han asumido esa tarea en Colima demuestra que sí es posible hacer política desde la coherencia. Informar ante la ciudadanía no debería ser un acto excepcional, sino parte natural de la vida democrática. Pero en un país donde la transparencia a menudo se convierte en discurso vacío, los hechos honestos se vuelven ejemplos luminosos. Porque cuando el poder se explica, la democracia respira; y cuando se escucha, se fortalece.
Esto también implica aceptar la finitud del poder. Quien informa reconoce que su mandato tiene límites y que su autoridad es prestada. Decir “esto hicimos” es también decir “esto falta por hacer”. En esa honestidad se encuentra el germen de una política madura, una que no teme mostrarse imperfecta porque sabe que la legitimidad se construye con verdad.
Colima, por su escala e historia, sigue siendo un laboratorio cívico de la política mexicana: un territorio donde el diálogo aún puede conservar sentido, donde la cercanía entre representantes y representados es posible. Si aquí se ha logrado sostener una práctica de rendición de cuentas en todos los municipios, es porque la democracia todavía puede enraizarse en lo cotidiano y la palabra que responde.
Los informes legislativos no deberían ser una fecha en el calendario, sino una forma de vida institucional. Y mientras eso llega, ejemplos como los de Joel Padilla, y Marcos Barajas nos recuerdan que la ética pública no depende de la magnitud del cargo, sino de la voluntad de responder. Tal vez la verdadera transformación política no comience con grandes reformas, sino con gestos sencillos y sostenidos: mirar de frente, explicar, escuchar.
Porque al final, eso es lo que distingue a una verdadera vocación democrática: no el tamaño del cargo, sino la grandeza del compromiso. No el poder que se ostenta, sino la disposición a responder. La ciudadanía no exige perfección, sino coherencia; no exige lideresas o líderes infalibles, sino representantes presentes. Y repito; que nunca está de más recordarlo con todas sus letras: “la ética pública no depende de la magnitud del cargo, sino de la voluntad de responder”.