Días de enero

Para saciar mi sed
Por: Ivone BARAJAS

Camino. En la tortillería aparece un letrero: “Atención: A partir del 2 de enero, nuevos precios”; unas cuadras más adelante, en la lavandería, un anuncio parecido: “A nuestros clientes les comunicamos que habrá aumentos”.

¡Válgame…el síndrome del inicio de año! me digo a mímisma con la preocupación, a flor de piel, de señora que quiere hacer rendir el gasto.

Días de enero. Liquidé mi primer libro del 2024: El Tercer Reich, de Roberto Bolaño…no sé qué me gusta de él, diría que las sensaciones que provoca: “la desesperación, la altura, el mar, cosas no cerradas, abiertas de par en par, como si el pecho te explotara”, coincido, en estas líneas, con el Quemado cuando habla de poesía. Inicié el segundo: De perfil, de José Agustín, en homenaje póstumo; voy en esta escena: Ricardo logra pegarse a la fiesta y, dos humildes cubas después, baila como “esquizofrénico en clímax con propensión a la jotería». Veamos qué depara el año, porque yo leo intuitiva y desordenadamente, según el deseo y nada más.

También hubo películas: El niño y la garza que habla de muchas cosas pero sobre todo —creo—de la encarnación, de las diferentes líneas de tiempo posibles y de los misterios que transcurren al otro lado del telón…de cómo se impone como condición olvidar todo antes de entrar al juego. Me gusta mucho Miyazaki y me desborda, siempre, su potente flujo de imágenes e ideas. Luego vino otra película, documental y colimota: Mi no lugar, de Isis Ahumada; que se asoma a la vida de los jornaleros guerrerenses que vienen a Cuauhtémoc, por temporadas, a trabajar en la zafra. El protagonista es Jonathan, un adolescente que vive sintiéndose desintegrado y en perpetuo estado de pobreza por mucho que su papá trabaje. La familia tiene un perro, Choc, y me atrajo la complejidad de ese vínculo: lo miman y luego le jalan bruscamente la cola; le ponen un suéter y luego lo toman desprevenido con un jicarazo de agua; unos contrastes de ternura/violencia me hicieron sentir confundida…y esa confusión se extendió: no sólo no comprendía a esa familia: no comprendía al mundo ni me comprendía a mí. Todo se hizo nudo.

Días de enero. Me he impuesto, por salud mental, un receso temporal en un bonito hábito: escuchar la radio mientras conduzco; la propaganda política “Yo soy Xóchitl Gálvez”, “Te habla Claudia Sheinbaum” me provoca repentinas crisis de mal humor. Me niego. Así que subí al carro el álbum Siamese dream de Smashing Pumpkins que es lo único que pienso escuchar mientras los políticos hacen lo suyo. Ya nos veremos en las urnas, chatos.

También ha habido correrías: caminatas matutinas con mis amigos perros, visita a las oficinas de la Secretaría de Relaciones Exteriores porque traigo en mente un viaje y hay que renovar pasaporte, exploración por diferentes aerolíneas para cotizaciones. Uy, tanto que me gusta y tantos años sin emprender vuelo; me atrapó la delicia de la rutina, la maravilla de despertar en la misma cama y ver los mismos árboles y los mismos volcanes. Pero es hora. Me estoy empujando a este viaje porque considero saludable llevarme a nuevos sitios…con sus consecuencias.

Enero. Manejo de vuelta a casa y una patrulla se instala atrás mío; prende la torreta y me apresura a dejar el carril libre. Nerviosa, maniobro; la patrulla acelera y entra por sentido contrario a una de las laterales del tercer anillo donde están estacionadas otras unidades policíacas; me quedo con el corazón latiendo rápido. Minutos después, ya en casa, leo la noticia: detuvieron allí a dos que recién habían robado una joyería. O sea que mientras yo pagaba un puñado de artículos en Walmart, otros decían a unos pocos kilómetros de distancia: “Arriba las manos esto es un asalto”. Poco más poco menos pero sí.

Angustias fugaces, alegrías fugaces, furias fugaces, prisas fugaces, neurosis fugaces, calmas fugaces: un popurrí, enero. De un tema a otro, de una emoción a otra, de un pensamiento a otro; doy vueltas, estoy mareada. Todo aparece, atraviesa y se va. Dudas fugaces: ¿Es válido que, en la recta final de enero, la gente vaya por ahí diciendo “Feliz año”?