De libros y Camas de Groucho Marx

Dislates 
Por: ‎Salvador SILVA PADILLA
‎‎A Marco Jáuregui, quien sí logró vencer el reto Groucho de publicación de libros.

‎I

‎‎Buscando un libro que para variar no estaba donde yo lo había dejado, en su lugar reapareció en mi biblioteca Camas, del más famoso de los hermanos Marx. De esta obra, rescato estas joyas marxistas de la tendencia Groucho.
‎“Siempre he lamentado que mi educación terminase en quinto de primaria. Resulta endiabladamente difícil introducirse en el gran mundo y crearse una imagen de sofisticación. La anfitriona podría sorprenderme con teorías sobre Schopenhauer o Kafka. ¿Y qué aportaría yo a cambio? La tabla de multiplicar del siete.”
‎A pesar de las evidentes desventajas, Groucho Marx no cejó en su esfuerzo y… «Me hice escritor. Me cosí parches de cuero en el codo de todas mis camisas. Cambié los cigarros por una pipa, y empecé a decorar mis frases con palabras como «cacofónico» y «consanguinidad». Acto seguido… «me senté ante el escritorio y empecé a dictar. Tenía que concluir de prisa. El escritorio no estaba pagado. La señorita Agnes, mi secretaria, puso objeciones a mi puntuación, pero yo estaba convencido de que un pequeño asterisco aquí y allá no hace daño a nadie. Sin embargo, aunque hice cuanto pude, acabar el libro me tomó largo tiempo. Casi una semana.
‎—Acuérdese de que Roma no se levantó en un día, señorita Agnes —advertí—. Y, si se acuerda, es que es usted mucho más vieja que yo.
‎(Roma tenía que hacerse en ocho días. El editor pensó que levantar Roma no tomaría más tiempo del que tomó crear el universo”.
‎II
‎En el primer capítulo, Groucho escribe el brillante ensayo sobre «Las ventajas de dormir solo». Este ensayo está expuesto con tal claridad y maestría en el uso del lenguaje, que no me queda sino reproducirlo textualmente:
‎(*) Nota del Editor: el autor decidió dejar en blanco este capítulo.
‎III
‎Sobre el profundo amor a las camas:
‎“Únicamente sé de un hombre que amaba las camas más que yo, y él mismo me contó su historia una semana antes de que le colgaran. El amor que sentía por su vieja cama era algo realmente hermoso, conmovedor. No consentía que ningún extraño durmiese en ella. Una noche, al regresar a casa, se encontró con un desconocido metido en su cama y le mató de un tiro. Luego me aclaró:
‎—Que mi mujer estuviera en la cama, no me importó, porque, después de todo, es de la familia. Pero aquel individuo no era amigo mío.
‎Es la única vez que he oído de alguien, que fuese a la horca por una cama.”
‎“Pero de las camas no me interesa su propiedad de aliviar el dolor, sino las horas felices que uno puede vivir en ellas. Durante mi reciente estancia en Francia [Nota al editor: procuraré hacer ese viaje antes de que aparezca el libro para no pasar por mentiroso], visité al menos nueve familias que decían poseer la auténtica cama en que había dormido Napoleón antes de sorprender a los austríacos, o a Josefina, o a quien quiera que sorprendiese.
‎IV
‎A manera de epílogo, publicó la sección
‎De la correspondencia de un hombre de cama:
‎“Querida Srta. Whipple:
‎La política no hace extraños compañeros de cama. Los hace el matrimonio.
‎Atentamente,
‎G. Marx”