Cuando la peste sea un recuerdo

Crónica sedentaria

Avelino Gómez

“El mundo que conocíamos ya no existe”. Eso vengo leyendo desde hace un par de semanas en artículos escritos por gente seria, en publicaciones serias. En este mismos momento, en que la tierra da una vuelta más sobre su propio eje, la humanidad cambia.

Algo inasible, invisible a los ojos, propicia el cambio. Y no me refiero al virus, me refiero al miedo. A infectarnos, a infectar a otros, a que el virus entre a nuestra casa, a nuestra familia.

Hace más de cincuenta años, la contracultura hippie proclamaba que el camino al cambio era el amor. Ya Octavio Paz —quien tal vez era un hippie bien vestido—lo consiga en en su Piedra del sol (1960): “Amar es combatir, si dos se besan / el mundo cambia, encarnan los deseos, / el pensamiento encarna, brotan alas / en las espaldas del esclavo, el mundo / es real y tangible…”. Hoy, en tiempos de crisis sanitaria, el beso de un saludo no es bien visto. Y es triste. Como también es triste pensar que los médicos aconsejan el distanciamiento. Confinarse o morir.

Resultará patético constatar que el miedo será el factor que cambie a la humanidad. Como también es patético pensar que el mundo cambiará para bien. ¿En verdad seremos más solidarios y generosos y empáticos cuando pase la peste? Nuestra educación sentimental y religiosa nos hace pensar, convenientemente, que el humano es sensible a los males de sus pares en tiempos de crisis. Necesitamos pensar así, aunque la realidad sea otra.

Lo cierto es que, en apenas un par de meses, hemos visto cómo afloró lo mejor y lo peor de nosotros. Hemos sido solidarios con algunos e indolentes con otros. Hemos acercado alimento a quienes lo necesitan, pero también nos hemos peleado en los pasillos de un supermercado por un paquete de papel higiénico. Desde la sala de nuestra casa nos enorgullecimos del esfuerzos y la dedicación de médicos y enfermeras, pero en la calle los agredimos. Un día creímos con fe ciega en las indicaciones y la información de las autoridades sanitarias, y al otro día los acusamos de mentir y disfrazar cifras. En unas empresas el empleador y el empleado sortearon la contingencia juntos, en otras no.

La cuarentena y el aislamiento social hizo que nos preocupáramos y ocupáramos, exclusivamente, de nosotros mismos. Un día fuimos claros, y otros muy oscuros. Descubrimos nuevas aficiones, pero también descubrimos que somos tan aburridos como una botella de cerveza vacía. En el distanciamiento social extrañamos a unos, pero a otros ya sabemos que no nos hará falta volver a ver. Perdimos cosas, ganamos cosas.

Pero sobre todo, aprendimos a hacer promesas para “cuando todo esto pase”, y será fácil cumplirlas y mucho más fácil no cumplirlas… Intuimos, como Neruda, que todo estará bien y todo estará mal. Sí, cierto, mundo cambió: