#CrónicasMaternas: del otro diente (sí, el otro [cuarta parte])

Sí, así cómo lo leyó. Yo pensé que ya habíamos superado esto de los dientes rotos, pero nel pastel.

El viernes pasado la infanta se echó el otro diente. Así como lo lee, estimada y estimado lector, el oooootro diente. No el de metal de Pedro Navajas, el otro, el bueno.

Pareciera que la Infanta cree que los dientes se dan en los árboles o algo, porque yo ya había dado por terminada esta etapa, pero no.

El viernes pasado, en una reunión que tuvimos en un gotcha de la ciudad, a la Infanta le dio por recoger bolitas abandonadas entre el área de juegos infantiles.

Había estado de buen humor, comió una quesadilla, tomó agua, corrió en un área nueva con rampas y estaba platicadora con todos.

Ya había tenido dos rondas de visita al área de juegos sin altercados, pero en la tercera tarrandán.

En la primera me hizo subirme a una resbaladilla con ella, una de las normales, de dos metros. Las resbaladillas me dan miedo. Tenía años, años, años, que no me subía a una. Así que con todo el miedo de mi corazón me deslicé, porque no había opción.

Con los hijos las cosas son así: te avientas o te avientas. Te obligan enfrentarte con las cosas, tengas miedo o no, porque lo importante es avanzar y no hay mejor lección que predicar con el ejemplo. Así que agarré mis años de miedo y me deslicé con ella.

En la segunda vuelta la infanta se llevó a mi director de teatro, el Rorro, a explorar por segunda ocasión todas las casitas de juguete y en la vuelta se subió sola a una resbaladilla pequeña.

(Esta niña no tiene miedo a nada).

Se subió, pero cayó de nalgas. Sin llorar ni nada, se paró y pidió que la llevaran con su mamá.

La tercera y última vuelta, convenció a Sujey de llevarla a pasear a los jueguitos, porque mamá quería comerse una quesadilla.

Estaban recogiendo balas de pintura perdidas cuando se estiró por entre la escalera de la resbaladilla grande y chocó el filo del diente bueno con un peldaño. Traz. Roto.

Ahí sí lloró y pude escuchar su llanto a 80 metros de distancia. No, no exagero.

Por suerte solo fue la orillita del diente y una pequeña abolladura en el diente de metal. Sin sangre, ni llanto extendido.

Llamamos a la odontopediatra , quien de momento pensó ¿cómo que el de metal también se le tiró?, pero no.

Al otro día fuimos a revisarla y todo bien, sólo le limaron un filito que le quedó para que no me cortara la chichita al tomar leche y todo verifain. Flúor y un coso para la placa y ya.

¿A qué voy con esto?: a que no se pueden dar las cosas por sentadas con los niños y las niñas a esta edad, a ninguna edad.

Yo pensé que la cosa del diente ya había terminado y nel. Ahora creo que abriré una fondeadora para auspiciar los demás dientes, huesos rotos y sustos que nos esperan, porque este torbellino no tiene pa’ cuándo.

Besos y abrazos solidarios a todas las mamás y papás con hijos como la Infanta. Los entiendo. Los frutos de este esfuerzo sin dientes los encontraremos más allá de la adolescencia. Mientras tanto: valor, fuerza y resistencia.

Yo sí lo quemaba todo