#CrónicasMaternas: de las malas madres

Por Citlally VERGARA

¿En qué momento dejé de creer en mí? No lo entiendo, a veces la maternidad nos ‘recetea’ el cerebro y olvidamos algunas cosas que solíamos creer fielmente.

Sucede que la maternidad, sea parida o adoptada, nos impacta igual, como un niño lleno de azúcar a una piñata de cumpleaños.

Nos esforzamos tanto por dar lo mejor de nosotras mismas, que poco a poco nos vamos borrando sin querer. En mi caso, siempre me sentí una mujer inteligente, buena conversadora, interesante y guapa. Pero, con el paso de los meses siendo mamá, dejé de estar enamorada de mí, de sentirme atractiva o interesante. Qué cabrón.

Hace días hablé con una vieja amiga feminista. Una chica que conocí en la carrera y no era muy de mi agrado, pero con quien después coincidí en un centro laboral y nos hicimos amigas.

Me buscó porque iba saliendo de terapia, trató temas de maternidad y la primera persona con quien pensó compartirlo fue conmigo. Amo inmensamente que me tengan en su imaginario mental como opción de consejo materno (inserte emoji de corazón violeta).

A lo largo de la conversación le hice varios comentarios de los que me sorprendí, porque entonces vi la terapia trabajando, la voz de Arlem (mi psicóloga) acompañando la mía y a la vieja Citlally pre-Infanta manifestándose también.

Pensé entonces, “es necesario perdernos a nosotras mismas para encontrarnos distintas y más fuertes. No, necesariamente, volvernos a encontrar”.

Ratifiqué mi idea de pensarme como acompañante o guía de La Infanta (que no es mía), de normalizar a las “malas madres” que sienten que no pueden con todo (porque no deben), que piensan que está bien salir a solas, fantasear con el quéhubierapasadosinofueramamá, que lloran frente a sus hijos, que se agotan, que gritan, que defienden su individualidad y su bienestar.

“…entendí que para estar bien con ella [La Infanta], por ella y para ella, primero debo estar bien yo y eso implica hacer una vida propia, alejada de la maternidad”, ¡bum!, la terapia haciendo efecto.

Muchas veces nos dejamos llevar por la voz de los otros, de los que esperan que seamos -aunque no lo hayan pedido explícitamente- esa “madre perfecta”, la que se supone debe existir per-se.

¡A la ñonga! Está bien externar esa culpa, aunque socialmente no sea bien visto quejarse de ser mamá.

Sí, la maternidad saca lo mejor de ti, pero para ello te hace enfrentarte con todos tus miedos y romper patrones sociales de «buen comportamiento».

Mi revolución es la feminista, sí, pero también la de las “malas madres”.

Normalicemos la nueva maternidad y paternidad, porque también los papás se descubren nobles, sensibles, vulnerables ante sus crías. Antes se creía que el cerebro materno respondía al llamado de bebé porque estaba diseñado para eso, ahora se sabe que el cerebro masculino también se modifica y registra las mismas señales de hambre, sueño o malestar. Se adapta, evoluciona.

Cambiemos la forma de hacernos y ser madres o padres.

Mi forma de construir un mundo mejor es colocando a La Infanta en el mismo lugar que el mío, acompañando su viaje por la vida hasta que deje de necesitar llamarme mamá. Para ello también quiero mostrarle que tiene el poder de decidir, de desarrollarse más allá de mí, de su entorno, ofreciéndole las herramientas para trazar su propio camino y recorrerlo a su ritmo.

Si pudiera pedir algo, siempre, pediría su libertad, incluso de mí misma.