Mezcla de sonidos y silencios, la música es una de las bellas artes, encierra emociones y, en especial, evocaciones. Por ello se dice que “a veces llamamos música a lo que en realidad es escuchar recuerdos”; sensibiliza y produce diferentes estados de ánimo.

Es considerada uno de los factores que causa mayor placer, porque escucharla favorece la producción del neurotransmisor llamado dopamina, que también se genera con la comida o el sexo.

México es el país que más la consume. De acuerdo con un estudio de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI, por sus siglas en inglés), oímos, en promedio, 25.6 horas a la semana, cifra por encima del promedio mundial de 18 horas.

Durante la pandemia ayuda a superar momentos complicados. “Nos confinamos en nuestras casas con cierto miedo e inseguridad, sin saber qué es lo que iba a pasar, o qué tan terrible era esta enfermedad, con noticias de fallecimientos y cómo iban al alza los contagios. En esa ‘deriva emocional’, en medio de la incertidumbre, las artes tuvieron un papel importante en llevar esperanza y alegría a la gente”, considera José Miguel Ordóñez Gómez.

El académico de la Facultad de Música (FaM) señala que una pieza o canción que nos gusta es un refugio emotivo. De alguna manera la contribuye a hacer que las personas disminuyan su tensión, al ser una experiencia profundamente emocional que lleva a mejorar la vida en esta época de pandemia.

Con motivo del Día Internacional del Músico, que se celebra el 22 de noviembre, fecha en la cual se conmemora a Santa Cecilia, patrona de quienes se dedican a esta actividad, el guitarrista clásico agrega que este arte tiene la capacidad de representar colectividades y expresar formas de ver el mundo. En ese sentido, su función social es importante al ser generadora de identidades y permitir a los individuos identificarse con ciertos colectivos, actitudes, valores e ideales.

Se trata de una práctica artística que es rica y compleja, donde existen diversas maneras de realizarla, así como géneros musicales: clásica, popular, tradicional, la que emplea nuevas tecnologías o la experimental, así como infinidad de “practicantes”, como el compositor, interprete, productor o un disc jockey (DJ); también quien la investiga y la enseña.

 

De acuerdo con José Miguel Ordóñez, es difícil saber con exactitud cuántos géneros musicales existen porque la música está viva y es dinámica; los estilos se mezclan, influyen unos a otros, y surgen nuevos. En tradiciones como el jazz, rock o la electrónica de baile, por mencionar algunos, hay numerosos estilos y fusiones constantes.

A la par de la creación de nuevos géneros, los que existen se transforman y adaptan a las realidades actuales, así ocurre con el corrido, bolero o el son jarocho, el cual ahora tiene una influencia importante en Estados Unidos y aglutina a comunidades mexicanas y latinas, por ejemplo.

Además, la tecnología de la grabación y sobre todo la digitalización y el internet permiten a la gente acceder a las de otras culturas y lugares. Hay un intercambio dinámico de las producciones de colectivos y grupos sociales. La tecnología es otro elemento que ayuda a la innovación, aclara el universitario.

¿Cuál es la mejor?

José Miguel Ordóñez expone que existe el interés por estudiar los gustos o preferencias musicales. Se sabe que están relacionados con el entorno social y cultural de los individuos, además de variables como la edad, género, etcétera. Sin embargo, a partir de la sociología del consumo se advierte que los gustos son cada vez más variados y resulta difícil mostrar una correlación absoluta entre nivel socioeconómico y cultural con gusto musical.

La idea de que a determinados estratos sociales o personas de cierto nivel de educación les correspondería un tipo de música puede no ser del todo correcta. “Quizá no es lo mismo escuchar a Mozart que Cumbia Sonidera, pero eso no es algo marcado por las barreras del ‘buen’ o ‘mal’ gusto”.

El blues era considerado “vulgar”, el tango y el bolero de barriada, populares o de sectores marginados; incluso, también el jazz. En un contexto histórico, los géneros se transforman y algunos adquieren mayor trascendencia y prestigio, precisa el experto.

Cada quien escucha lo que le gusta, lo que está cercano a sus vivencias, aspiraciones y formas de ver el mundo, eso es lo que le da sentido, la cual tiene valor en un entorno y de acuerdo con éste se entiende por qué ciertos géneros son importantes para algunos, afirma Ordóñez Gómez.

Según la Encuesta Mundial de Consumidores del portal de estadística Statista, basada en ocho géneros musicales, los predilectos de los mexicanos son: pop/contemporáneo (54 por ciento); rock/alternativo/indie (53 por ciento) y música urbana (42 por ciento).

Escuchamos nuestros acordes favoritos, sobre todo camino al trabajo (52 por ciento) y al realizar ejercicio (45 por ciento). Además, aproximadamente 60 por ciento usa algún servicio de streaming o red social, como YouTube.

En ese sentido, Ordóñez Gómez considera que no se puede dividir en “mejor” o “peor” en términos absolutos; tampoco realizar un juicio de valor tajante.

México es un país con riqueza musical enorme; un “laboratorio histórico” de influencias. Cuando llegaron los españoles y esclavos de África, la trajeron así como instrumentos que se fusionaron con la herencia indígena.

No obstante, opina el guitarrista, hace falta establecer una interacción más vigorosa entre la academia y las músicas populares como ocurre en otros países, como Cuba. Además, impulsar la educación musical a partir de edades tempranas, a fin de detectar talentos.

Para el especialista, la enseñanza artística y la filosófica se han dejado de lado por intereses pragmáticos, cuando en su centro debería estar el individuo que contribuya a la sociedad y sea consciente de que somos parte de un mismo conglomerado social.

La falta de materias como éstas es lamentable, porque son campos de conocimiento que inciden de manera directa en una educación emocional e intelectual. “No hay mayor complejidad cognitiva que crear; si un muchacho tiene acceso a la experiencia estética de tomar cualquier instrumento y tocar, tendrá acceso a la belleza”, refiere Miguel Ordóñez.

Tiempos difíciles

Además de un arte, la música es una forma de vivir para quienes se dedican a ella, y un negocio con un poderoso mercado global de millones de dólares, explica el académico.

La industria del entretenimiento aporta aproximadamente cuatro por ciento del Producto Interno Bruto del país; está conformada por tres grandes áreas: grabación, derechos autorales y música en vivo. La desaparición de los formatos físicos, como los discos compactos, y la entrada de nuevos actores como el streaming, provocan crisis a la primera área.

Antes de la pandemia el sector “fuerte” era la música en vivo; iba al alza y los músicos vivían de eso, de tocar. Pero de un día para otro todo se detuvo, subraya.

De acuerdo con el reporte anual de Pollstar, publicación del sector del entretenimiento, a escala mundial el rubro de los conciertos registró pérdidas por 30 mil millones de dólares durante 2020, de los cuales nueve mil 100 millones de dólares correspondieron a boletos no vendidos.

Un número importante de los músicos tuvieron que buscar otros modos de subsistencia; hoy, esa actividad es de las últimas en reactivarse. “Los conciertos en línea nunca substituirán a los que se realizan en vivo”, concluye el docente.