UNA POCA DE GRACIA
Por: Carlos Alberto PÉREZ AGUILAR
¡Buenas noticias!, iniciamos la temporada de dar y recibir… y del anuncio del próximo nuevo aumento ¡al salario mínimo!, que podría ser del 12 por ciento, otra vez.
¡Aplausos, confeti y hasta norteño, por favor!
En teoría, todos deberíamos estar descorchando las cervezas (porque para champaña todavía no nos alcanza) y celebrando que el poder adquisitivo del mexicano va para arriba como espuma fugaz de sidra de navidad. Pero como maestro de mercadotecnia que sospecha hasta de las ofertas de los tacos de la esquina, tengo que hacer la pregunta que, tal vez, a muchos no les gustará: ¿Por qué si ganamos más, sentimos que el dinero nos dura menos?
Es aquí donde la cosa se pone, digamos, «interesante», (como dijera ´el Chicharito´ que, ojalá ya se retire del futbol después de regalarle a los de Cruz Azul el pase a semifinales).
Hablemos sin ponernos el traje de economista aburrido de lentes caros. El aumento al salario mínimo es una medida socialmente necesaria, sí. Es de justicia básica ¡claro que sí!, pero que en la dinámica empresarial se transformará en inflación (aumento de precios para completar los pagos), en crecimiento impuestos (para que el gobierno recaude más y tengamos más obras) o deuda ya que, al tener más liquidez, los bancos confían más (para sostener aquello para lo que no nos alcanza).
El reclamo de las y los trabajadores es cuando ven el aumento al salario mínimo del 12 por ciento, pero también, el aumento en las deducciones por concepto de ISR. Ahí es cuando se tiene que explicar que, entre más ganes, más impuestos pagas por el bien de todos.
Imaginemos una tiendita chiquita pero que tiene dos empleados: «Los Abarrotes de Doña Esperancita».
Doña Esperanza quiere pagarle mejor a sus trabajadores. Ella de verdad quiere, porque sabe lo que cuesta la vida y, además, porque sin ellos no podría sobrellevar su negocio. Pero de repente a ella no le preguntan y no sólo tiene que subir el sueldo, sino que se topa con la realidad de las cargas sociales, el aumento en los precios de productos que, al final termina pagando a los proveedores, que también están tratando de sobrellevar la carga, para ganar lo mismo que antes. Anotando que nuestro querido Congreso del Estado, decidió ponerse creativo y aumentar un 50% el Impuesto Sobre Nómina, para tener un poquito de fluidez.
¡Un 50%!, es la mitad de lo que se pagaba antes y aunque, quizás, no es mucho, dirán, pero cuando ya tienes aumentos por todos lados hasta el tostón es utilidad. Es como si invitaras a cenar a alguien y, de postre, el restaurante te cobrara el alquiler de la mesa y el desgaste de los cubiertos (para no perderle). El mensaje que enviamos al emprendedor es: «Si eres formal, te cobramos hasta por respirar; si eres informal, tú sigue vendiendo sin pena».
Ahora bien, si dejamos el mostrador de Doña Chonita y sacamos la lupa para leer las «letras chiquitas» del nuevo milagro mexicano, la tragicomedia se vuelve un poco más oscura.
Por momentos, México parece una historia de éxito de Hollywood. Tenemos 22.6 millones de empleos formales ante el IMSS. ¡Récord histórico! ¡Saquen el tequila! Pero cuando analizamos un poco la mitad de esos «nuevos» empleos (un 48%) son eventuales o temporales. Es como presumir que tienes una relación estable y seria, cuando en realidad solo sales con alguien los fines de semana.
Ejemplo de ello, los trabajadores de apps digitales. El IMSS presume avances en la afiliación de repartidores y conductores de plataformas (Uber, Didi, Rappi), pero en la práctica, han inventado una nueva categoría laboral que sólo garantiza un paciente más en la larga fila de servicios médicos en el IMSS.
Están dados de alta, sí, el número cuenta para la estadística, sí; pero muchas veces no pagan las cuotas reales, no acumulan semanas y no tienen pensión. El gobierno suma el derechohabiente, pero no garantiza el futuro a diferencia de lo que haría con un patrón tradicional, que debe pagar. El trabajador aparece en el sistema, pero no cotiza. Está, pero no está.
Cada año, 1.2 millones de jóvenes salen a buscar chamba con su título bajo el brazo, pero el país solo genera la mitad de esos puestos. ¿El resto? A la informalidad o a programas sociales que, seamos honestos, son una aspirina temporal: alivian el síntoma, pero no curan la enfermedad de la falta de cotización y futuro pensionario.
Al final del día, esto no se trata de reprochar el esfuerzo del gobierno ni de negar que el trabajador merece ganar bien (el salario ha subido 80% en términos reales, y qué bueno). Se trata de encontrar el equilibrio. Reconocer que en esta historia el sector público no debe asumir toda la responsabilidad, sino respaldar a tantas y tantos mexicanos que con su esfuerzo tienen el liderazgo para emprender proyectos que permiten generar empleos formales.
Si aumentamos la carga a las PyMES, sólo estamos jugando canicas con la economía. La pregunta del millón es: ¿Todo este dinero se traduce en algo tangible?, usted sentirá, en primera persona, si se siente atendido o no.
El desafío ya no es tener «más empleo», sino empleo que valga la pena; con salario digno, pero también con una formalidad que no asfixie al que la paga. De lo contrario, seguiremos siendo una economía donde trabajar no siempre significa vivir mejor y donde estar «dado de alta» es, a veces, es pura ilusión.
Ojalá me equivoque, pero mientras tanto, veré en qué voy a gastar mi aumento antes de que suban los precios de los alimentos, del transporte, de la tortilla y muchas otras cosas más… otra vez.


















