La realidad alterna del poder

APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI

Este 20 de noviembre, aniversario de la Revolución Mexicana, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo pronunció uno de los discursos más surrealistas —y desconectados— de su todavía joven administración.

Asombroso no por su profundidad histórica ni por su rigor conceptual, sino por la realidad paralela que intentó imponer sobre el país. Un México imaginario donde ya no existe la corrupción, la violencia es un fenómeno del pasado, la libertad de expresión está garantizada, no hay persecución política y, por supuesto, la élite en el poder dejó atrás los privilegios y los lujos.

En ese México —el suyo— impera la armonía democrática. En el México real —el nuestro— la narrativa se desmorona apenas toca el terreno.

Para sostener su discurso, la Presidenta recurrió al villano favorito: Porfirio Díaz. El recurso fácil. El comodín ideológico que Morena ha exprimido hasta el cansancio. Lo utilizó para convertir lo que debía ser una ceremonia solemne —el aniversario de la Revolución y su desfile cívico-militar— en un mitin político más. Dijo que Díaz presumía orden y progreso mientras construía un régimen autoritario cimentado en la represión y el miedo. La ironía es inevitable: ¿hablaba de Porfirio… o de las prácticas que hoy replican, con otros colores, desde el poder federal?

Porque hablar de represión una semana después de lo ocurrido en el Zócalo exige una memoria convenientemente selectiva… o una ceguera social alarmante. Los videos están ahí, sin edición posible: policías derribando a un hombre cuyo “delito” fue ondear la bandera, agentes pateando a manifestantes ya sometidos en el suelo, golpes con extintores para dispersar una protesta. Eso, en cualquier democracia funcional, se llama represión estatal. Aquí buscan venderlo como “restablecimiento del orden”.

Tras señalar al Porfiriato, Sheinbaum transitó hacia la democracia. Y ahí terminó de construir su propio laberinto retórico. Aseguró que las elecciones ya no son una simulación, que hoy manda la voluntad popular, que el gobierno no interviene. Pero el país entero presenció la elección judicial organizada por Morena: una contienda donde, antes siquiera de acudir a las urnas, ya se sabía quiénes ganarían. Los candidatos eran los del régimen. A los votantes les repartieron acordeones para no equivocarse. Y hoy, con absoluta comodidad, el 100 por ciento  de la Suprema Corte está integrada por perfiles formados, promovidos o protegidos por el morenismo.

Si eso no es simulación democrática, ¿qué lo sería?

Luego vino el clímax discursivo: “La transformación está fuerte porque hay honestidad”. El mantra. El dogma. La frase que no resiste ni un minuto de memoria histórica.

Ahí están los sobres de Pío; la Casa Gris de José Ramón; el clan de Andy; la prima Felipa; el huachicol fiscal de León; los millones de Adán Augusto; las casas de Nahle, las de Durazo, la de Noroña; los contratos que orbitan entre amigos, primos, cuñados y operadores del poder. Ahí están las grabaciones donde operadores cercanos a los hijos del Presidente presumen contratos, componendas y militares comprados. Y a ninguno —a ninguno— lo han llamado siquiera a declarar. Ni por protocolo. Ni para guardar las formas.

Sheinbaum también aseguró que “en México nadie es silenciado”. Difícil afirmación en un país donde al alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, lo asesinaron días después de pedir ayuda ante el crimen organizado. Donde ejecutaron al productor de limón Bernardo Bravo por denunciar al narco. Donde mataron al líder de autodefensas Hipólito Mora pese a años de solicitar protección. Donde cayó Homero Gómez, defensor de la mariposa monarca. Donde buscan y asesinan a buscadoras como si fueran enemigas del Estado.
Si eso no es silenciar, ¿qué es?

Y mientras la Presidenta insiste en que ya no se persigue a nadie por pensar distinto, la realidad contradice cada sílaba: expedientes en la UIF para opositores, carpetas en fiscalías locales, denuncias administrativas, difamación desde el púlpito presidencial, y órdenes de aprehensión exprés cuando el gobierno “necesita mandar mensaje”. Es el manual de esta era: primero el escarnio mañanero, luego la acusación financiera, después la carpeta, finalmente el juez al servicio del régimen. No es persecución… es “justicia”, dicen.

La Ejecutivo federal remató afirmando que el gobierno dejó de ser “un club de privilegiados”. Pero basta asomarse al interior de la élite morenista para ver el nuevo club privado del poder: los López, los Alcalde, los Monreal, los Batres; hermanos, primos, parejas, sobrinos; la presidenta del INE con ocho familiares en la nómina pública; viajes en primera clase, helicópteros, relojes de lujo, colecciones de arte, vacaciones europeas, casas de diseño.
La austeridad se quedó en el discurso. Los privilegios se quedaron en ellos.

Es, en suma, una realidad alterna. Un país imaginario que sólo habita en los discursos oficiales, mientras el México real —ese donde tú has documentado la violencia cotidiana en Colima, Michoacán, Jalisco, Sinaloa, Veracruz, Baja California, Tabasco, entre otros— continúa sometido al dominio criminal, a la ausencia de Estado, al repliegue institucional y a homicidios que no cesan porque nadie dispone a enfrentarlos.

Y mientras tanto, el desfile militar del 20 de noviembre volvió a convertirse en lo que el poder no quiere admitir: un mitin de partido. La historia reducida a escenografía. El símbolo convertido en propaganda. La ceremonia cívica transformada en aplausómetro.

Más que un discurso conmemorativo, lo de hoy fue un retrato. El retrato de un gobierno que necesita inventar un país para seguir gobernando el que no sabe —o no quiere— enfrentar.