HABLANDO DE MARCHAS Y BOSTEZOS

PARA PENSAR
Por: Carlos M. HERNÁNDEZ SUÁREZ

No sé si ha notado que cuando alguien bosteza, de inmediato nos dan ganas de hacerlo también. En una película incluso usan ese reflejo para descubrir a un “hombre invisible”: le provocan un bostezo y así, al imitarlo, revela dónde está. Obvio no hablo de que exista el hombre invisible, sino de lo común y conocido que es ese reflejo.

Mi teoría es que ese reflejo es un acto de sobrevivencia: imitar lo que hace la mayoría está escrito en los genes de los seres vivos complejos —peces, aves, reptiles y, por supuesto, humanos. Si una cebra empieza a correr desesperada, más vale imitarla; detenerse a pensar “¿qué? ¿qué pasó? ¿por qué corrió Rayitas?” le puede costar la vida a manos de un león.

Algunos científicos del área de sociología dicen que lo que está grabado en nuestros genes es el reflejo de empatía, es decir, imitamos por apoyar, pero yo pienso que no, que es un reflejo de sobrevivencia. Los animales se lo toman muy en serio: ¿alguna vez ha visto algún ave levantar el vuelo repentinamente nada más por jugarle una broma a toda la parvada?

También se ha observado un fenómeno interesante en muchos seres vivos (incluidos los humanos): la sincronización de los ciclos menstruales. En residencias estudiantiles donde conviven mujeres, de repente todas están menstruando casi al mismo tiempo. Desde mi formación inicial en agronomía, a mí eso siempre me ha parecido otro reflejo de sobrevivencia: si los ciclos se sincronizan en animales silvestres, entonces las crías nacen en la misma temporada, justo cuando hay más recursos disponibles (frutos, plantas, presas). Lo mismo pasa con el ganado: las crías nacen al terminar las lluvias, cuando el pasto está en su mejor momento.

Como científico, pude contribuir modestamente al tema desde el punto de vista matemático. En 2016 publiqué un modelo llamado Cooperative Random Walk (“Aggregation is the key to succeed in random walks”, Mathematical Biosciences, 2016), donde demuestro que una criatura —como una mariposa monarca— puede viajar desde Canadá hasta Michoacán no por tener una brújula perfecta, sino porque viajar en grupo mejora dramáticamente la probabilidad de llegar al destino correcto. Cuando una no sabe qué hacer, seguir a las demás es, matemáticamente, una estrategia óptima.

Ese pequeño mecanismo —a veces usar tu propio instinto y otras seguir al grupo— es la base de lo que los biólogos llaman “adición de inteligencia”, pero que nadie había modelado con claridad.

¿A poco usted no ha hecho “La Ola” en el estadio? ¿A poco usted, que es muy serio y ni siquiera sonríe, no ha bailado en la feria? A veces es imposible resistirse a actos multitudinarios: te llega una sensación de “yo también” y hay que obedecer ese instinto.

Con ese mismo reflejo funcionan muchas conductas grupales. ¿Qué esperaban estas inocentes criaturas de la generación Z que ocurriera en la marcha? Basta con que unos cuantos comiencen a tirar vallas para que el reflejo de imitación salga disparado. Ayer alguien me dijo que la marcha tenía fines muy loables y que debía enterarme de sus objetivos antes de criticar.

Pero no era yo quien debía leer los objetivos. Yo ni pensaba asistir.