‘Plan Michoacán’ lejos del fuego y en la comodidad de Palacio

APUNTES para el FUTURO
Por: Essau LOPVI

¡Qué curioso! El Plan Michoacán por la Paz y la Justicia lo presentaron desde Palacio Nacional, no en Morelia, no en Uruapan, donde asesinaron a Carlos Manzo, lo presentaron en el cómodo recinto del poder, a 399 kilómetros del problema real.
¿Miedo, desconexión o simple protocolo mediático? Difícil saberlo, pero el mensaje es claro: cuando la violencia aprieta, el poder se encierra en las puertas de Palacio Nacional.

Claudia Sheinbaum y su gabinete desplegaron este domingo una estrategia monumental de papel: 12 ejes, 100 acciones, 57 mil millones de pesos, todo envuelto en el discurso gastado de la “paz con justicia social”. Pero detrás del anuncio, lo que se impone no es la esperanza, sino la distancia.

Lo que no se entiende es que el Estado que dice estar “cerca del pueblo y servirle” se atrinchera en su propio palacio. Lejos de las calles ensangrentadas. Lejos de los ciudadanos que marchan. Lejos de las voces que claman justicia por un alcalde asesinado.

De toda la avalancha de ideas maravillosas del régimen, una llamó mi atención, ¿visitar casa por casa para conocer las necesidades de los michoacanos? ¿es en serio?

¿Acaso el Estado —con su aparato de inteligencia de seguridad nacional, sus bases de datos, y sus agencias de seguridad estatales— no sabe lo que necesita Michoacán y México?

Cualquier vecino, cualquier madre que ha perdido a un familiar o cualquier comerciante extorsionado puede listar las prioridades en menos de un minuto ¿Cómo es que el gobierno necesita preguntar una vez más para actuar?

Todo México clama porque haya seguridad efectiva; que el crimen organizado deje de mandar; que la policía no sea parte del problema; que la justicia funcione y que los funcionarios dejen de ser cómplices. Ir “casa por casa” para preguntar lo obvio suena a estrategia mediática y es un insulto para la inteligencia de los mexicanos.

No engañemos a nadie: hay dos intenciones principales del régimen. Primera: apagar el escándalo político que explotó con el asesinato de Manzo y la marcha de Uruapan; segunda: intentar recomponer la narrativa pública antes de que el descontento se traduzca en votos en contra. Es política de crisis, no una operación de paz.

Pero mientras el régimen promete desarrollo, becas, créditos, caminos y universidades, la violencia sigue gobernando Michoacán y el país. Y el crimen —ese que no respeta uniformes ni discursos— impone su ley en regiones enteras.

El ‘Plan Michoacán’ no es una estrategia: es de control de crisis política. Un blindaje narrativo frente a la indignación que crece en las calles. Una cortina de cifras para ocultar el desmoronamiento de la autoridad.

Porque hace apenas unos días, más de 100 mil personas marcharon en Uruapan para exigir seguridad y justicia. Porque la viuda de Carlos Manzo —ahora alcaldesa sustituta— pidió desde esa misma plaza castigar con el voto a Morena en 2027.

Y porque ese mensaje cimbró al régimen. El enojo ciudadano es más peligroso que cualquier grupo armado.

Por eso, el anuncio del plan no se hizo en Michoacán. No era el momento de enfrentar al pueblo, sino de simular compromiso a distancia. Un montaje de poder desde la comodidad del poder y los reflectores, sin mirar de frente a quienes hoy viven sitiados por el miedo.

Lo indignante no es sólo la tragedia ni la sangre derramada, sino la retórica repetida: las mismas promesas como en campaña, las mismas falacias de siempre. La misma demagogia.

La misma insensibilidad. La misma fotografía vacía y lejana.

Y es que los miembros importantes de Morena —desde López Obrador a Sheinbaum y sus herederos estatales, no vienen del dolor, ni del campo, ni del abandono. No conocen la pobreza ni la marginación que dicen representar.

Ninguno es de La Ruana, ni de Tepalcatepec, Uruapan, Aquila, Aguilla, ni de algún pueblo originario que resista el asedio del narco. Son políticos de clase privilegiada que se apropiaron de la bandera de los pobres, no por convicción, sino por ambición.

Querían poder. Ya lo tienen. Y ahora no lo quieren soltar.

Michoacán y México no necesita más planes a largo plazo. Necesita un gobierno que deje de administrar el dolor y empiece a enfrentarlo. Un gobierno que entienda que la paz no se decreta desde la distancia. Se construye combatiendo el fuego, no huyendo de él.