Frases de Oro
Por: Jorge Arturo OROZCO SANMIGUEL
Hay frases que resumen un tiempo político. En México, una de ellas es la siguiente: “ya sabemos quién tuvo la culpa.” Así han gobernado este país durante más de una década. Gobiernos que, ante cada crisis, se apresuran a encontrar un responsable, pero no una solución. La obsesión por diagnosticar el problema ha sustituido la obligación de resolverlo.
MORENA llegó al poder con la promesa de romper ese ciclo. Su nombre, “Movimiento de Regeneración Nacional”, implicaba devolverle vitalidad al Estado, reanimar la justicia, recuperar el sentido de la palabra pública. Sin embargo, el país se les fue de las manos. Y lo más grave no es que se les haya ido, sino que no parecen saber cómo traerlo de vuelta.
Felipe Calderón inició su mandato declarando la guerra al narcotráfico. Su error no fue solo militar, sino conceptual: pensó que la violencia se erradica con más violencia. Aquella decisión desató la fragmentación del crimen organizado, creando un monstruo de mil cabezas. Peña Nieto, en lugar de desmontar la estructura, la administró. Y López Obrador, prometiendo una estrategia distinta, la sustituyó por una política de contención disfrazada de prudencia.
El resultado es visible: doce años de gobiernos que “detectan el problema”, lo enuncian, lo vuelven consigna, y lo colocan en un altar discursivo. Siempre es el mismo diagnóstico: “los gobiernos anteriores”. Esa frase se ha convertido en un escudo; en una herramienta retórica para no asumir la responsabilidad presente.
Pero gobernar no es narrar la desgracia. Gobernar es modificarla. El gran error del actual movimiento en el poder es confundir la comprensión del problema con su solución. Y mientras se esfuerzan en describirlo, el país se desangra. Hoy, tras la muerte del presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo, el gobierno repitió el mismo guion: se apresuró a señalar las causas estructurales, los errores del pasado, la corrupción heredada. Pero después de señalar, guardó silencio. Se cerró la carpeta, se rindieron homenajes, y todo continuó igual.
Esa es la tragedia: la política mexicana se ha vuelto una fábrica de diagnósticos sin remedios. Cada sexenio cambia el discurso, pero no el método. Calderón dijo “guerra”; Peña Nieto dijo “reforma”; López Obrador dijo “transformación”. Tres nombres distintos para la misma ausencia: la incapacidad de resolver.
No se trata de negar que la pobreza extrema era un eje prioritario. López Obrador lo entendió y lo colocó en el centro de su plan. Pero mientras el gobierno construía programas sociales, la violencia crecía como una planta que nadie podaba. Cuando se quiso atender el segundo eje, (la seguridad) ya era demasiado tarde. Se había confundido el alivio con la solución.
Claudia Sheinbaum heredó esa inercia. Su discurso es prudente, técnico, racional, pero demasiado cuidadoso como para tocar lo que duele. Presumir una reducción de delitos en la Ciudad de México fue, más que un logro, una ilusión estadística. El país, mientras tanto, se hundía. Y cuando el lenguaje del poder se aleja de la experiencia cotidiana del pueblo, el gobierno empieza a hablar solo.
Ahí entra la dimensión filosófica del problema: cuando el poder pierde el sentido de la palabra, pierde también su capacidad de acción. La palabra “transformación” ya no significa cambio; significa discurso. “Paz” ya no evoca reconciliación; evoca espera. “Pueblo” ya no nombra a la gente real, sino a un símbolo electoral.
Y tras todo lo sucedido, ¿qué nos queda? Caigo, (quizá) en lo que critico: describo el problema; no la solución. Pero es precisamente ahí donde debemos insistir. Lo he dicho antes y lo sostengo: mi posición es de izquierda. Pero hoy debo reconocer que MORENA dejó de serlo. Su práctica política se ubica en un terreno ambiguo, más cercano a la administración que a la transformación. Es un movimiento que repite la estructura burocrática del sistema que prometió superar.
Sin embargo, tampoco creo que la solución esté en cambiar de partido. La solución está en leer nuestra historia y hablar entre nosotras y nosotros, sin intermediarios. Las y los campesinos lo han recordado con una frase que eriza la piel: “recuerden que la Independencia y la Revolución fueron obra de las y los trabajadores del campo, cuando se enfadaron.” Y hoy, otra vez, el campo está enfadado.
Las y los jóvenes también comienzan a levantarse, no con armas, sino con pensamiento. Esa es la revolución necesaria: la intelectual; la del criterio. Porque las urnas del 2027 y del 2030 llegarán, pero el verdadero cambio no ocurre ahí, sino antes, en la conciencia.
Hoy es noviembre de 2025. Mañana comenzará, otra vez, la campaña del olvido: nuevas promesas, nuevos culpables y los mismos vicios. Por eso debemos mantenernos despiertas y despiertos. No creer en lo que nos digan, sino en lo que pensamos. Ser críticas y críticos, incluso con la ideología que decimos defender. Porque las y los que hoy gobiernan en nombre de la izquierda, ya no la practican. Porque la izquierda que conozco,(la que se levanta, duda y reflexiona) no puede seguir callada.
El pueblo no votó por un narrador, sino por un constructor. No votó por amor al partido, sino por amor a la esperanza. Y cuando la esperanza se frustra, la decepción se convierte en ira. No hay peor traición que traicionar una fe colectiva. Colima es hoy el espejo más doloroso de esa traición: negocios incendiados, asesinatos en plena luz del día, y personajes políticos ejecutados como parte del paisaje. Lo que alguna vez parecía imposible, hoy es cotidiano.
En la política mexicana hay una ley no escrita: la herramienta con la que conquistas el poder será la que te destruya. Calderón usó la guerra contra el narco, y fue ella quien lo hundió. Peña Nieto usó la televisión, y esta lo devoró. López Obrador usó las redes sociales, y ellas son las que hoy exhiben las contradicciones de su legado.
Y aquí cierro con la misma frase que en su momento fue bandera del pueblo: “El pueblo se cansa de tanta pinchi tranza.” Esa frase hoy no pertenece a un movimiento, sino a la conciencia colectiva. Porque el cansancio del pueblo ya no es político, es moral. Es el hartazgo de ver que los gobiernos cambian, pero el problema sigue siendo el mismo: siempre saben quién tuvo la culpa, pero nunca saben qué hacer con ella.
Redes Sociales: Jorge Orozco Sanmiguel
Reseña: Lingüista de profesión por la Universidad de Colima, con 12 años de experiencia dentro del ambiente político. Ha participado en campañas electorales como parte logística y estratégica de márquetin y comunicación política. Actualmente labora en departamentos de comunicación social, así como asesor de dichos temas.




















