Salven al león

Para saciar mi sed
Por: Ivonne BARAJAS

Pasó, desnudo del dorso y desaliñado. Nosotros comíamos, de puertas abiertas, y mi mamá, al verlo, se apresuró a cerrarlas.
Pero él no se fue, se quedó caminando como león flaco por el perímetro de nuestra propiedad. Me levanté a la cocina y por una ventana alcanzó a verme…aunque mi mamá me había advertido no hablar con él, desobedecí, fiel a mi costumbre. Creí que un poco de diálogo o un poco de comida podía saciarle, pero no; entre uno y otro desvarío –quería que lo comunicara a Brasil, tenía problemas graves por resolver– se tocaba el estómago: “pinche dolor”. ¿Quiere una pastilla? Le llevé paracetamol.

Es Luis Alberto, para el barrio El Güero, poeta y dibujante, con obra publicada. ¿Cómo se llama su libro? En espera de tu cuerpo, una serie de cartas que escribió a sus novias entre 1981 y 1991, las ilustraciones fueron posteriores -del 94, me parece- y la edición del libro se dio por 2011. La plática parecía no tener fin y muchos quehaceres me esperaban; me disculpé y entré a casa.

Dos minutos después escuché un coro de pajaritos, me asomé por la ventana y era él. Traía un libro raído al que pretendía arrancarle un manojo de hojas; lo detuve. Entonces me extendió la obra, leí fragmentos en voz alta que él repetía al mismo tiempo de memoria, la contraportada consignaba el sello editorial de Conaculta. Créeme, soy yo. Le creo. Me vio con intensidad. Lo vi con intensidad…y confusión. Pinche dolor de estómago. Vomitó. La piel de sus piernas era escamosa, y tenía un golpe en el pómulo. Ese hombre persiste brillando aún bajo el traje tosco de la locura. Alguien intentaba robar su identidad, cómo podía resolverlo. Vaya con las autoridades. No confío en las autoridades. Tiene razón, yo tampoco. Me estoy poniendo nervioso. Ese aviso me asustó, ¿y si era el asomo de una crisis? Intenté tranquilizarlo: no es necesario ponerse nervioso. Sí es necesario…aparte esta música, e hizo referencia a la bocina que bramaba desde el taller mecánico de enfrente, y otra vez, este hombre pese a carecer de razón volvía a tenerla: esos cantos que concentraban el dolor de muchas almas en pena, también me ponían los pelos de punta. Me excusé otra vez, y entré a casa, abrumada, ¿por qué desobedecí a mamá? A mis 40, vuelve este lamento.

Dos minutos después el coro de pajaritos sonó. Mi mamá atendió. ¿Está Ivonne? No puede venir, se está bañando. En realidad, yo estaba en la sala mordiéndome las uñas. Mi mamá cerró la ventana y me echó una de esas miradas fulminantes que quieren decir “te lo dije”. Ay mamá, lo siento. No te preocupes, nanga.

Dos minutos después el mismo coro de pajarillos. Esta vez salió mi papá: ¿Qué pasó, vale? ¿Está Ivonne? Está ocupada, vale, ve al doctor para que te ayuden. Y se fue, el león flaco incomprendido.

Ese día, más tarde, yo me alistaba para una noche emocionante: el concierto de La Barranca, que llevaba semanas saboreándome. Mientras me aplicaba el rímel me encontré, fijo, con mis ojos que me veían y lo veían; pensé en él, en su dolor de estómago, en que estaría caminando en círculos como una fiera entristecida y violenta; su día y su noche, en el mismo bucle incesante. ¿Podemos hacer algo para salvar a los leones?