¿Qué ves cuando te miras?

APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI

El espejo nunca devuelve solo un rostro: nos entrega un enigma. Ahí donde creemos ver piel y facciones, lo que asoma es un fragmento de alma, un eco de lo que hemos sido y un presagio de lo que aún nos aguarda. El reflejo no es estático; es un abismo que nos llama a descender en nosotros mismos.

Mirarse es más que reconocerse. Es aceptar la dualidad: el cuerpo que habita el tiempo y la conciencia que lo trasciende. Cada mirada en el espejo se convierte en rito: un diálogo secreto entre lo que somos y lo que tememos ser, entre lo que soñamos y lo que dejamos morir en el silencio de los días.

Las líneas del rostro, esas cicatrices invisibles del alma, narran batallas íntimas: derrotas que nos moldearon, victorias que nos sostienen, amores que nos dieron nombre y pérdidas que nos dieron profundidad. El espejo no miente; devuelve la verdad de la memoria y el deseo en un solo destello.

Y, sin embargo, nunca estamos solos frente a nuestro reflejo. Siempre hay otros ojos que nos miran a través del cristal invisible de la percepción ajena. Somos también lo que el mundo cree que somos, y en ese cruce —entre la imagen que nos habita y la que nos imponen— se teje el misterio de nuestra identidad.

Preguntarse “¿qué ves cuando te miras?” es aceptar que no hay respuesta fija. El reflejo es cambiante como la vida misma. Hoy nos muestra incertidumbre, mañana esperanza. Lo esencial no está en la imagen, sino en la pregunta que nos empuja hacia adelante.

El espejo, en su silencio, nos recuerda que somos seres en tránsito, caminantes de un destino que escribimos a cada decisión. No se trata de hallar una verdad última, sino de sostener el viaje: de abrazar la maravilla y la complejidad de existir.

Es una invitación a la autorreflexión, a cuestionarnos y a descubrir nuevas capas de significado en nuestra propia vida. Quizá eso sea lo único seguro: cada vez que nos miramos, volvemos a nacer un poco.