Ser tejedor de palabras… de sueños, como Celia

Mucho gusto
Por: Alberto LLANES

Me voy a trasladar a la prehistoria. Sí, ese es el poder que tienen las palabras. Nos llevan, nos traen, nos abrazan, nos envuelven, pero también a veces nos hacen enojar, nos sonríen, nos traen recuerdos, sueños, esperanza, fe…

En la prehistoria nadie habíamos nacido, quizá exageré un poco, pero prehistoria puede ser también el año de 1996 o 1997, cuando Tonantzin y yo nos conocimos; algunos de ustedes quizá no habían nacido, otros, como nosotros, sí, ya andábamos dando tumbos y tras tumbos por esto que hemos denominado mundo, propiamente, nuestra Colima.

Así se tejen las historias y nuestra historia, como la de Celia, se ha tejido así: Tona y yo no nos hubiéramos conocido sino es porque pasamos algunos años compartiendo una escuela maravillosa; el Cedart Juan Rulfo. En primer lugar, yo soy del chilango mundo «por favor no me mal miren, así es esto». Llegué a Colima por vez primera en el cada vez más lejano 1986. Iba en segundo grado de primaria «ven porqué les digo que les estoy hablando de la prehistoria», la escuela era la Gregorio Torres Quintero y de ahí, no les voy a contar todo mi andar porque de seis grados que tiene la primaria yo estuve en cuatro o cinco diferentes, pero de ahí brinqué a la secu y luego al Cedart, no sin antes pasar por el Conafe donde fui instructor comunitario y entablé una relación muy padre con varias comunidades de ahora, ya, mi estado: Colima.

Vean cómo todo esto se fue tejiendo para este día, hoy, 19 de agosto de 2025, estar frente a ustedes leyendo esto. En el Cedart conocí a Tona, creo que fuimos «y lo seguimos siendo», grandes y buenos amigos, ahora compartimos el placer que nos da ser compañeros de trabajo; así es la vida. En el Cedart yo me dediqué a la música y a una pasión que tengo por ahí pero que he explotado poco, actuar. Antes no había específico de literatura como ahora sí lo tienen, ahí hubiera sido mucho más feliz de lo que fui y miren que en el Cedart fui harto feliz y cotorreé, charlé, actué, bailé, toqué música, hice muchas cosas con prácticamente todos y cada uno de los y las compañeros del Cedart.

Tona vibró todo este tiempo haciendo teatro, una gran pasión que también tiene por ahí. El Cedart nos cambió la vida definitivamente y, a pesar de que Tona y yo no íbamos en el mismo salón, su salón y el mío, los miembros quiero decir, creamos un vínculo que no se va a repetir jamás y henos aquí y ahora…

Luego la vida adulta, sin pensarlo o darnos cuenta nos atacó y lo está haciendo recio. Yo me vine a estudiar a la Falcom; letras y periodismo y Tona, también a la Falcom, a lingüística, el lenguaje siempre presente entre ambos, en la música, en el teatro, en el Cedart, en la Falcom… ahora en las clases que damos, ella en periodismo y yo en letras. Ese ha sido parte de nuestro camino. Así se ha tejido nuestra historia y me remonté a este pasado que narré de manera muy apresurada «claro, no quiero aburrirlos con tantos detalles, quizá no es el lugar ni el momento de hacerlo», porque ahora Tona nos regala este bello y breve cuento de su inspiración que se titula Celia aprende a tejer.

Y, como dice la abuela dentro de la historia: “Con estas cuerdas me amarro a mi pasado, a mis abuelos, a mí cuando era niña como tú”. Así yo, con estas palabras que tejen o medio tejen la historia entre Tona y yo también me amarro a mi pasado, a nuestro pasado, al amado Cedart, a la Facultad de Letras y Comunicación, a nuestro amado chilango mundo, a la loquísima década de los años noventa, a mis raíces, para atarnos a ellas y, aunque lejos, saber que de alguna u otra manera estamos atados a ellas, que de ahí venimos y que esto somos y seremos, por muy modernos, estudiados, avanzados o alejados y demás que nos podamos sentir.

El breve cuento, lleva consigo tradiciones, oficio, legado, un material que se llama acapán, que ya Tona nos explicará de qué se trata, escucharemos o leeremos palabras como sicua que quizá también Tona nos hable de ella, y de las hamacas, pero sobre todo, sobre todo, como Celia, vamos a abrir bien grandes los ojos para iluminar nuestro universo lleno de galaxias, con sus estrellas, sus planetas, atados por una cuerda invisible como todos y cada uno de nosotros, con nuestras historias, podemos estar atados a estas cuerdas invisibles que se pueden conectar desde nuestros ombligos, como estuvimos conectados nueve meses o poquito más o mucho menos, en el vientre de mamá, nuestra gran burbuja de protección que es mamá…

Por cierto, la mía cumple años el día de mañana y, con esta cuerda invisible que me sigue conectando a ella, le mando un abrazo donde quiera que se encuentre, seguro de que nos volveremos a ver… Posdata: no se pierdan las ilustraciones porque están bellísimas así como la historia que trae esta pequeña historia en su interior y que nos ata «yo prefiero decirle que nos abraza», a ella…

Gracias.