Dislates
Por: Salvador SILVA PADILLA
(Primera Parte)
I
En una columna anterior ya había mencionado el libro Una breve historia de casi todo del escritor y periodista Bill Bryson. En contra de lo que yo había deseado originalmente, no pude comentar en seguida esa obra porque desapareció misteriosamente del lugar donde estaba colocada estratégicamente en el estudio.
Sandy suele regañarme con cierta regularidad por ser tan, ¿cómo decirlo sin herir susceptibilidades -y, sobre todo, teniendo que pagar yo las consecuencias-? Podemos decir que desarrollé un método místico de ordenar mi librero: los coloco donde dios quiere. Así no me equivoco… excepto cuando manos ajenas se ponen a reordenar de manera impía mis libros.
Y es que mis libros por obra y gracia de duendes o de espíritus chocarreros, aparecen y desaparecen hasta quedar, incluso, sepultados hasta en tres niveles distintos. La tristeza que me embarga por perder un libro, sólo es compensada por la alegría que me produce encontrar otras obras que ya consideraba perdidas para siempre.
Pero ya estuvo bueno de explicaciones. Debo darme prisa y comentar esta obra antes de que el libro vuelva a desaparecer.
II
Bill Bryson inicia su libro Una breve historia de casi todo con un epígrafe citando que el físico Leo Szilard comentó a su amigo Hans Flecher que estaba pensando escribir un diario: «no me propongo publicarlo. Me limitaré a registrar los hechos para que Dios se informe».
-¿Tú crees que Dios no conoce los hechos? le preguntó su amigo.
-Sí, -dijo Szilard- Él conoce los hechos, pero no conoce esta versión de los hechos»
III
Bill Bryson es un verdadero mago de las palabras y un divulgador científico excepcional. Con su capacidad narrativa logra transformar conceptos oscuros e inhóspitos en comprensibles y, aun, fascinantes.
Así, en la introducción, el periodista y difusor de la ciencia felicita al lector de manera por demás efusiva, pues dice que para que esté leyendo ese libro debieron ocurrir una cadena de acontecimientos extraordinarios. Para empezar: «se requirieron trillones de átomos errantes que se agruparon de manera particularmente compleja y servicial, mediante una disposición tan especializada, como nunca se ha hecho antes, ni se hará en un futuro».
«Lo maravilloso, continúa Bryson, es que los átomos no se dan cuenta de tu existencia, es más, ni siquiera de la de ellos… La mala noticia es que los átomos son inconstantes, y su tiempo de devota dedicación es fugaz, muy fugaz. Incluso una vida humana larga, apenas alcanza unas 650 mil horas (*), entonces, por razones desconocidas, tus átomos te dan por terminado y se van a hacer otras cosas».
IV
Más adelante, me dejé guiar por el azar. Así, me topé con una nota de pie de página que habla sobre Max Planck (el fundador de la teoría cuántica y, junto con Albert Einstein, uno de los padres de la física moderna) y quien, a pesar de ganar el Premio Nobel y el reconocimiento mundial, fue bastante desgraciado en la vida, explica: «Su amada primera esposa murió en 1909, y mataron al más pequeño de sus hijos en la Primera Guerra Mundial. Tenía dos hijas gemelas a las que también adoraba. Una murió de parto, la superviviente fue a hacerse cargo del bebé y se enamoró del marido de su hermana. Se casaron y al cabo de dos años ella también murió al dar a luz”.
“En 1944 cuando Planck tenía 85 años, una bomba de los Aliados cayó en su casa y lo perdió todo: artículos, notas, diarios… lo que había acumulado a lo largo de toda su vida. Al año siguiente el hijo que le quedaba fue detenido y ejecutado por participar en una conspiración que intentaba matar a Hitler”.
Es admirable la habilidad de Bryson para hacer que áridos temas de carácter científico sean accesibles y claros. Y no contento con hacerlos inteligibles, los torna amenos, los envuelve en atractivas descripciones no exentas de sentido del humor. Y todo ello sin sacrificar ni la estricta fidelidad a los hechos, ni su profunda complejidad.
(Continuará)
(*) Según mis cálculos esas 65 mil horas, equivalen a 27 mil 083 días: aproximadamente 74 años.