LA CRISTIADA EN COLIMA, HERIDA QUE NO CICATRIZA
Por: Noé GUERRA PIMENTEL
En ningún conflicto hay ganadores, al final todos perdemos algo. Fue una guerra civil en aquel México rural de la segunda década del siglo pasado.
Un México, aquel, que hace 100 años, otra vez, fue dividido entre pobres y ricos en la lucha por el poder de dos poderosos que lo querían todo sometiendo al otro, uno para legitimarse y el otro para crecer sobre el caos de un país sin liderazgo. El Gobierno, por un lado, utilizó a los campesinos con el falso ideal de la repartición de tierras y los llamó agraristas; la Iglesia católica, por el otro, igual, usó a los campesinos, a los que identificó como soldados de la fe, reconocidos como cristeros. Tan crueles unos como los otros, incluso, siendo entre sí vecinos y familiares.
Aunque las tensiones ya venían de atrás con Alvaro Obregón, todo empezó en 1926 con la pública reacción del arzobispo de México, José Mora y del Río, quien declaró que los católicos mexicanos no acatarían los artículos: 3º, sobre el derecho a la educación laica y gratuita; 5º, sobre el derecho al trabajo y la libertad de profesión; el 27, de la propiedad de las tierras, aguas y recursos naturales y el reconocimiento a núcleos ejidales; y, el 130, de la separación de las iglesias y el Estado y la libertad de creencia. De ahí que el presidente Plutarco E. Calles (por instrucción de su antecesor) promoviera la aplicación del reglamento en el que, entre otros, se limitaba el número de ministros de todos los cultos y su campo de acción.
Lo que originó que el mismo prelado católico, Mora y del Río, previa consulta al Papa Pío XI, a quien reconocía como superior y única autoridad, aplicara unilateralmente la suspensión del culto público a partir del 7 de abril de 1926, acusando la presunta prohibición y lo que calificó como ataques del gobierno, a la vez que incitó a la rebelión, con efectos principalmente en los Estados de Guanajuato, Jalisco, Michoacán y Colima. En Colima se inició el 21 de enero de 1927, cuando una patrulla policiaca fue emboscada en las faldas del volcán, en el predio La arena, donde fueron ultimados 8 policías y su comandante Urbano Gómez.
A partir de ese día en la región se sufrieron constantes escaramuzas entre el ejército y los cristeros, aunque especialmente de estos con las defensas rurales y los agraristas. De las que, las más sangrientas y encarnizadas fueron la del asalto a Manzanillo el 24 de mayo de 1928 y la emboscada de El Borbollón, entre Jalisco y Colima, el 4 de junio de ese mismo año. En el transcurso hubo de todo, entre asaltos a poblaciones como a los campamentos, persecuciones, venganzas, violaciones, incendios, saqueos, secuestros y torturas entre los antagónicos e inocentes, hasta que se dio la firma del armisticio, el 15 de julio de 1929, entre el entonces presidente Emilio Portes Gil, el primero del maximato y, con la venia de Pio XI, el obispo Maximino Ruiz y Flores.
Muchos son los nombres. Por los cristeros destacaron Dionisio Eduardo Ochoa, Miguel Anguiano Márquez, Andrés Salazar, Marcos Torres, José Verduzco Bejarano, Enrique de Jesús Ochoa, Félix Ramírez, Julián González y Jesús Mejía, entre otros. Por los agraristas: Lino Araiza, Lucio Rosales, José y Jesús Espinoza Michel, Pedro y Anacleto Núñez, Ignacio Torres, Felipe Araujo, Telésforo Aguilar, Gorgonio Ávalos, Miguel y Benito Tejeda, Nico Martel, modesto Arias, Pedro Chávez, y José Gómez.
Es de recordar, la muerte, el 25 de julio de 1928, de dos menores de edad, Manuel Hernández y Francisco Santillán, ambos fusilados atrás de la Catedral de Colima. ¿Su delito? llevar armas a los cristeros. Pero no fueron los únicos a ellos, hay que sumarle los miles que, durante los tres años, por los dos grupos, mujeres, hombres y menores, fueron colgados tanto en postes a los lados de las vías del ferrocarril, como en árboles de avenidas emblemáticas de las principales poblaciones, como en la Galván, en Colima y en Villa de Alvarez por la salida a Minatitlán. No hubo malos ni buenos, hubo víctimas, más de 250 mil en toda la zona involucrada, aunque cada quien peleó por su causa y razón, la realidad es que, por querencia o creencia, solo fueron usados.