Mucho gusto
Por: Alberto LLANES
No lo sé. Estoy sobrecogido, triste, consternado, pero, por otro lado, lleno de esperanza, de fe, contento, ilusionado, emocionado y hasta enamorado «sí, con los sentidos encontrados», por estar conociendo a una persona por medio de otra persona. ¿Cómo se logra esto? Con el afán y el efecto de la lectura…
Hace un mes le pedí a mi compadre Ihovan Pineda que me prestara el libro de Cristina Rivera Garza: El invencible verano de Liliana; el libro lo vi el año pasado en la semana de la Feria del Libro Universitario, pero el presupuesto no me alcanzó. Sé de la valía de este documento, sé lo que ha ganado «ganó el premio Pulitzer en 2024», sabía qué historia contaba, pero no lo había leído.
Cuando pedí el libro, estaba terminando de leer por segunda vez, pero ahora con más detalle y mis acostumbradas anotaciones al margen, un libro sobre la vida del Chacal: Victoriano Huerta, ese personaje que la historia de México lo tiene como un ruin, pero que en la biografía novelada de Gustavo Vázquez Lozano titulada El indio Victoriano eleva su carácter y rango y, creo, fue mucho más importante que algunos de sus contemporáneos: Francisco I. Madero, por poner nada más un ejemplo, otro podría ser Venustiano Carranza y ni qué decir de Francisco Villa el cetauro del norte como ese cretino se decía, en fin. No vengo a hablar ni bien ni mal de los héroes de la patria o de la no patria; sino de Liliana.
Estaba también leyendo, en digital, el libro de Juan Villoro «próximo a recibir el honoris causa por nuestra querida Universidad de Colima» No soy un robot, libro que me ha dejado no asustado, pero sí expectante sobre todos los datos digitales a los que nos enfrentamos día a día todos los días y uno sin saberlo del todo.
Liliana, qué bonito nombre, en mi etapa de escolar, por allá de 1995, estando en el Conafe, tuve una novia que se llamaba Liliana. Cristina Rivera Garza habla, escribe e investiga el asesinato de su hermana y, cada que la menciona, me recuerda a esa Liliana que tuve de novia hace ya varios años. Por medio de Cristina, voy conociendo a Liliana, pero yo viví un tiempo con una Liliana, recuerdo que sonaba como canción de moda aquella de Eros Ramazotti, “La cosa más bella” que justo arranca diciendo… cómo comenzamos / yo no lo sé / la historia que no tiene fin / y cómo llegaste a ser la mujer / que toda la vida pedí… Y ahí veo a Liliana y a mí, tomados de la mano, caminando por las calles de Colima en 1996. Y veo a la otra Liliana, recorriendo Toluca, el Estado de México, su universidad, los cines, los parques, como cualquier otra joven, de cualquier época, de cualquier tiempo, de cualquier ciudad…
Liliana Rivera Garza nació en 1969, es la hermana menor. Yo nací en 1978, soy el hermano mayo, entre Liliana y Cristina se llevan cinco años de diferencia; entre mi hermano hay la misma diferencia. Separados por la brecha generacional del tiempo, Liliana, pudo ser la Liliana que fue mi novia en los noventa en Colima, ambas eran alegres, inteligentes, apasionadas, amantes del cine, las letras, el dibujo, hablo de ambas en pasado porque a Liliana Rivera la asesinaron y Liliana de Colima definitivamente no sigue conmigo.
Gracias a Cristina conozco o, estoy conociendo un lado de Liliana, gracias a desempolvar archivos, cajas, registros, que estuvieron guardados casi por veintinueve años. Hay un fragmento desgarrador en el texto que dice así: «Hemos cruzado una buena parte de la mancha urbana. Hemos venido de tan lejos: venimos de veintinueve años atrás […] Liliana tiene, ahora, muchos más años bajo tierra de los que vivió sobre la tierra».
El libro me ha pegado y me tiene con los sentimientos encontrados, porque veo a Liliana, siento su presencia, su esencia, toda ella, porque el tiempo de Liliana fue o es también mi tiempo; nos separan nada más nueve años, nueve.
Los sueños de Liliana pudieron ser los míos o los de la Liliana que fue mi novia, o los de cualquier otro adolescente; a mí también me gusta mucho U2 y me gusta mucho With or without you y pude haberla puesto, en un tiempo, en el modo aleatorio de mi repertorio musical y que sonara por siempre, por siempre.
En 1990 Liliana Rivera Garza fue asesinada por Ángel González Ramos, en ese año, el feminicidio no estaba tipificado «lo hizo hasta el 14 de junio de 2012, cuando Liliana tenía veintidós años de muerta», así que, el asesinato se registró como muerte pasional, crimen pasional y/o amoroso o de pareja qué sé yo. A decir del mismo libro, Ángel González Ramos tenía una personalidad extraña, siendo novio de Liliana mostró varias veces una actitud violenta, un carácter raro, una personalidad solitaria y portaba armas. Jamás se le detuvo, jamás purgó condena y eso no está bien. Liliana debería estar acá, en este plano terrenal.
A decir de Cristina Rivera Garza: «La última ocasión en que [Liliana] tomó su pluma de tinta morada fue el 15 de julio de 1990, a las 10:30 de la mañana. Dieciocho horas después, de acuerdo con su certificado de defunción, Liliana dejó de respirar».
Por eso este libro, no lo sé, me tiene sobrecogido, triste, consternado, pero, por otro lado, lleno de esperanza, de fe, contento, ilusionado, emocionado y hasta enamorado de conocer a Liliana por medio de su hermana Cristina. Esto ya es ser invencible, in-ven-ci-ble.