APUNTES PARA EL FUTURO
Por: Essaú LOPVI
En plena conferencia matutina, con la plana mayor de seguridad nacional detrás de ella, la presidenta Claudia Sheinbaum recibió una noticia demoledora. Mientras el fiscal Gertz Manero respondía preguntas, el secretario Omar García Harfuch se acercó al oído de la mandataria.
Ella escuchó, procesó y volvió al estrado sin quebrarse. Minutos más tarde, confirmó: Ximena Guzmán Cuevas, secretaria personal de Clara Brugada, y José Muñoz Vega, su asesor, habían sido asesinados en plena Calzada de Tlalpan, a plena luz del día.
No eran funcionarios ligados al área de seguridad. No representaban una amenaza táctica para ningún grupo criminal. Eran civiles que trabajaban de cerca con la jefa de Gobierno de la Ciudad de México. ¿Por qué los mataron? ¿Quién dio la orden?
El mensaje es claro: esto no fue un ataque al azar. Se trató de una ejecución directa, precisa, profesional. Un golpe quirúrgico del crimen organizado contra el corazón político del oficialismo capitalino. Y la lista de sospechosos no es larga.
Hace apenas días, fuerzas federales y locales desarticularon narcolaboratorios, incautaron toneladas de metanfetaminas, y capturaron a líderes del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), entre ellos Israel Gálvez Estrada, operador clave del grupo en la Ciudad de México. Los golpes al cártel también resonaron en Sinaloa, Guerrero, Michoacán, Guanajuato y hasta en Estados Unidos, donde, tras información de inteligencia mexicana, se decomisó un laboratorio gigante del mismo grupo criminal.
El CJNG ha perdido dinero, infraestructura, armas y plazas. Y en su desesperación, recurre a lo que mejor sabe hacer: aterrorizar. No es la primera vez. En 2020, en un operativo sin precedentes, intentaron asesinar a Omar García Harfuch en Paseo de la Reforma. Fue un atentado con granadas, armas largas y 414 casquillos abandonados en el pavimento. Harfuch sobrevivió. Muchos de los atacantes fueron capturados. El mensaje de entonces fue el mismo que el de ahora: “Podemos tocar al poder”.
Lo que vimos ayer en la Ciudad de México, el corazón del país y la entidad donde se concentra el poder público, es lo que se ha vivido en prácticamente todo el territorio nacional desde hace varios sexenios, particularmente el anterior, llegando a cifras insospechadas de homicidios dolosos.
El asesinato de funcionarios de primer nivel del gobierno de la Ciudad de México, llama la atención de manera natural pero es la constante en México en todas las entidades federativas.
Hoy, el gobierno emanado de Morena enfrenta un dilema: ¿responderán con firmeza o se conformarán con un minuto de silencio? ¿Claudia Sheinbaum se atreverá a llamar las cosas por su nombre o preferirá seguir jugando al eufemismo institucional?
Los ciudadanos lo saben: estos asesinatos no son hechos aislados. Son parte de una cadena de violencia sistemática que busca doblegar al Estado y mandar un mensaje: nadie está a salvo, ni siquiera los que despachan en oficinas de gobierno.
Y mientras tanto, el “Mencho” —el invisible líder del CJNG— sigue libre. Herido, sí, pero todavía con la capacidad de lanzar coletazos sangrientos. Su lógica es la del terror: si lo arrinconas, responde con brutalidad. Pero el silencio institucional también tiene consecuencias. Cuando el Estado no da la cara, cuando no explica, cuando no nombra, pierde autoridad y credibilidad.
Lo sucedido con Ximena Guzmán y José Muñoz no puede tratarse como un daño colateral. Fueron asesinados por el crimen organizado como advertencia o revancha. Esta vez fueron ellos. Mañana puede ser cualquiera.