Detrás del telón.
Por: César Aponte
En el asombroso espectáculo del circo político, los ilusionistas se presentan como artistas magistrales, prometiendo milagros y hazañas que nunca llegan. Pero detrás del telón, su verdadero talento es el arte del engaño, la manipulación y la prestidigitación.
En esta constante renovación de temporada, las luces, el humo y el estruendo parecen acaparar más atención que los zanqueros, trapecistas y malabaristas. La producción es tan cuidada que rara vez muestra la verdad y casi siempre se ve como quisiéramos que fuera.
Dejando de lado las apariencias, lo que realmente nos interesa en esta entrega es que este caos político tiene distintos tipos de espectadores, cada uno con una perspectiva particular frente a las ilusiones que se les presentan.
En primer lugar, están aquellos que asisten sin pesar, a estos, sin importar si depositaron su confianza en el liderazgo o no, son afectados por lo que ni siquiera sabían que existía. Enfrentando su mundo a promesas que se desvanecen, en una realidad que hace desear algo que esperar.
Luego están los incrédulos y los obligados; aquellos que, a pesar de sus verdaderos deseos, tienen que presenciar el espectáculo sí o sí. Estos, aunque no se resignan, tampoco se retiran y permanecen en la butaca atentos para desentrañar el gran secreto que tanto se esfuerzan en ocultar.
Después encontramos a los espectadores más cercanos a los artistas circenses, aquellos que han pagado con su confianza, esfuerzo y sueños por estar. Sin embargo, en lugar de ser tratados como invitados de honor, son relegados a las butacas más lejanas, enfrentando una realidad donde las promesas son moneda de cambio y las monedas que generan con su trabajo es el combustible que “al proyecto” ha de alimentar.
Finalmente, están los entusiastas del arte que, si bien son los de mayor número, están y no están. Estos, no ganan más allá de una promesa de un caramelo, que jamás ven llegar. Pero esto no los molesta, pues saben bien, que siempre es igual.
Los cuatro tipos de espectadores ocupan diferentes localidades, algunos con boletos más caros que otros, pero comparten la experiencia de ser testigos de egos del tamaño de la carpa en un espectáculo que, quieran o no, continuará.
En este sainete de tragicomedia cargado de ilusiones, abusos y falsas promesas, se hacen malabares para ocultar intenciones, acrobacias con la coherencia y tras los aplausos se esconde cómo la ciudadanía se ahoga en la desdicha y la violencia.
No obstante, querido lector, no desespere, pues no todo está perdido. Pues, aunque los políticos monten el espectáculo, usted y yo somos los dueños del circo.
En nuestras manos está el poder de transformar el chiste mal contado en algo significativo, algo que sea valioso y logre reflejar lo que no hemos dejado de soñar.
Por eso, hagamos que la carpa cimbre con la voz del pesar, exigiendo verdad y justicia, con la voz de alguien que ya está harto del circo de lo absurdo, convirtiéndonos en actores activos y ese tan anhelado control de calidad.
Cambiemos esta comedia de farsa y tragedia. Y juntos hagamos que valga la pena. Y aunque sé que no, espero que para la próxima nos encontremos con una mejor función.
¡Hasta la próxima mi querido lector!