“Que el resentimiento no sea el motor de la acción”
Denise Maerker.
Por Noé GUERRA PIMENTEL
Hay dos formas de gobernar, una es con la herramienta de la persuasión y otra es infundiendo miedo, el presidente escogió la segunda opción, paso a paso ha sometido a las élites fácticas del poder, incluidos los partidos de oposición.
Inéditos los senderos de la política nacional por los que los mexicanos estamos transitando y muchos, la mayoría, como siempre, padeciendo. En este momento y a lo largo del día en la capital de la república y la mayoría de las entidades federativas en diferentes tonos, con sus contra réplicas desde ayer domingo expresadas en sendas marchas, el presidente y sus seguidores celebran el triunfo obtenido hace un año en una elección histórica, no solo por los resultados sino por el ambiente de civilidad y de ejemplar respeto con que, en lo general, se llevó a cabo no solo la jornada en sí, sino también en el reconocimiento del mandato de la gente por parte de las diferentes instancias del gobierno, la sociedad y de los propios participantes no favorecidos por el voto ciudadano.
A siete meses hoy de haber asumido el poder oficialmente aunque, como se recordará, el recién electo presidente López Obrador desde el mismo día de su elección, una fecha como esta de hace un año en domingo, empezó a ejercerlo, lo hizo como nunca nadie antes en la historia política de nuestro país, opinando, calificando, decidiendo, aun sin facultades, aun violando la ley y tomándose atribuciones que obvio no le competían y, al paso de los meses, autocorrigiéndose en algunas, pero ya desde entonces mandando las señales de lo que sería su actuación, una actuación que ha sido arbitraria en mucho y abusiva en mucho más, además de muchas veces ilegal y que no ha sido diferente a lo que es él en su historia pública y que, no se dude, no cambiará, es su estilo, es su forma de entender y asumir el poder, son los hechos. Él siempre tendrá otros datos, sus datos, sean reales o no, mientras sean a su modo o lo que a él le gusta o se ajusta a sus fines, esos serán los que valgan, los otros serán negados o minimizados.
Con el despertar del presidente diariamente como que despierta México y todo inicia con su peculiar conferencia mañanera, esa en la que solo baste verla un día para confirmar que desde ahí, en escasas dos horas, de siete y media a nueve y media, el presidente ejerce el poder a plenitud y se regodea en él, es donde reúne al gabinete, gira instrucciones, da la agenda política, se confronta con sus adversarios y opositores, descalifica y anula lo que personalmente le desagrada, todo desde el centro del poder que es su conferencia o su exposición pública que representa ese acto en sí y que ratifica en sus mítines para, en un inédito protagonismo diariamente llevarse prácticamente todas las primeras planas de los más importantes impresos y la mayoría de portales y redes sociales de internet en el consumo directo o indirecto de los mexicanos con su ración de memes y fake news.
Entre lo bueno que podemos destacar de este periodo de gobierno (desde hace un año o desde hace siete meses, cómo se quiera ver) es, así, su sacudida al presupuesto federal para ver realmente cómo estaban y cómo se hacían las cosas; la erradicación de la política cupular y de secrecías de la élite gobernante que saqueó al país; el ejercicio pleno del poder, aun con sus fallos y equivocaciones, algunas graves que esperemos corrija; el establecimiento y vigorización del debate público a través de las redes sociales y otros medios, lo que ha cambiado el análisis político; el equilibrio fiscal del presupuesto que de ninguna manera es popular, el cambio a la ley para las trabajadoras domésticas, la propuesta de democratización sindical, el descubrimiento de los hasta hoy impunes ladrones factureros, la austeridad republicana, por lo menos de él, así como la eliminación de la discrecional frivolidad, excesos y abusos del gabinete que, dicho sea, se replicaba en otros ámbitos, el pragmatismo con el que lleva su liderazgo, la mejora en los términos del tratado de libre comercio con Canada y USA, el respeto a la autonomía del Banco de México y el incremento a los salarios mínimos sin que hubiera inflación y, finalmente, su indiscutible ritmo de trabajo, no obstante sus 65 años de edad.
Los saldos negativos, que pueden ser más, son, desde mi punto de vista, la desbordada centralización del poder e incapacidad para rectificar sobre evidentes errores; la nula erradicación de la impunidad desde delincuentes de cuello blanco hasta la creciente violencia del llamado crimen organizado; el manejo de la política migratoria; la pésima distribución de recursos mediante recortes brutales que han dañado a un amplísimo sector de la población de por sí damnificada y vulnerable con la llamada y torpemente llevada redistribución, sobre todo en el sector salud, pero además afectando negativamente áreas como el arte, la ciencia, el deporte, el campo, etc., aunado a la pérdida de empleos que ya genera graves problemas sociales, a lo que se suma el manipulador patrocinio del encono social, este azuzar al enfrentamiento, a dividir entre ricos y pobres, malos y buenos, conquistadores y conquistados, fifís y chairos, a la par de esa singular democracia a modo con consultas a mano alzada sobre aspectos fundamentales y proyectos estratégicos; cerrando con la paulatina destrucción de instituciones cuando lo que debe hacer es mejorarlas, depurarlas quizá.
Andrés Manuel López Obrador hace un año un día como hoy indiscutiblemente ganó la elección, desde el 1 de julio de 2018 él es el presidente de nuestra república, de nuestro México, ahora la tarea será la conquista de la llamada gobernanza pero primero del autogobierno, él, el presidente, debe aprender a autogobernarse si es que pretende gobernar y transformar el régimen, dejar de desbocarse, contenerse en sus ímpetus, madurar sus decisiones, ese, se supone es su propósito esperemos que sea su logro, esperemos que el tiempo le alcance y con él a México. A un año la ruta está más que definida, esa es la ruta, es su ruta, es la ruta de Andrés Manuel López Obrador, es la ruta del presidente y está trazada y, para bien o para mal, será la ruta de México y de los mexicanos en los siguientes años. ¡Que sea para bien!