LECTURAS
Por: Noé GUERRA PIMENTEL
La reducción de la vida de la Malinche al papel de traidora, cada vez resulta más insostenible para los pueblos originarios.
Esa es una ideología que no quiere ver la complejidad histórica. Los historiadores han debatido durante mucho tiempo cuáles fueron los más cercanos orígenes de Malinalli, mismos que indican que nació al final del siglo XV. Su nombre en náhuatl tenepal era Malintzin (la que habla bien).
Fue originaria del sureste del actual territorio mexicano, cerca del hoy Coatzacoalcos, Veracruz. Según Bernal Díaz del Castillo, a Malinalli le correspondía ser heredera como hija única, de un cacique local que falleció cuando ella era niña, futuro que se frustró al unirse su madre a otro jefe con quien concibió un varón.
El inmediato conflicto patrimonial se resolvió contra ella y así, una noche, bajo las sombras de la oscuridad la menor fue regalada a unos nativos de paso, a los días siguientes se soltó el rumor de su muerte. Meses más tarde la niña fue vendida como esclava en el mercado de Xicalango, para finalmente ir a dar a manos del cacique de Tabasco.
Hernán Cortés había emprendido su campaña cuando se enfrentó y venció a los mayas de la región de Tabasco en Cintla. El cacique del lugar, para «apaciguarlo», le hizo varios regalos, entre ellos, como se acostumbraba, una veintena de esclavas entre las que iba Malintzin. Hernán Cortés logró la conquista de este ilimitado territorio para la corona española en 1521. Como en ese tiempo era aceptado el concubinato (barraganía) pero solo con mujeres bautizadas, Malintzin recibió la fe católica con el nombre de Marina. Entonces fue entregada por Cortés al capitán Alfonso Hernández, pero el conquistador pronto descubrió la valía de esa mujer que sabía náhuatl y maya con sus variantes. Y más allá de eso, pronto Cortés la hizo su propia amasia. Ella tenía 15 años. De una condición noble a la de esclava, abandonada y negada por sus padres, violada en la pubertad, desde niña quedó a su suerte en manos de desconocidos.
En el trasiego hacia Tenochtitlan, entre 1519 y 1521, se encumbró en lo más alto como Doña Marina. Los documentos gráficos de la época la muestran en un lugar dominante entre los expedicionarios: “Doña Marina tenía mucho ser y mandaba absolutamente entre los indios. Sin Marina no podíamos entender la lengua de Nueva España y México», escribe Díaz del Castillo, quien la veía como «entrometida -sin ser peyorativo- y desenvuelta». Como se ha comprobado, ella logró el entendimiento intercultural, recurso sin el cual el suceso pudo haber sido más violento. Su multilingüismo la ubicó en un lugar privilegiado. Pero también como la cara visible de Cortés en la interpolación que podía tener con los pueblos originarios.
El original pueblo de Malintzin también era tributario de los mejicas, cuyos gobernantes imponían duros y hasta crueles gravámenes. Como ya lo apunté en una anterior colaboración, Cortés supo del malestar contra los de la triple alianza y le sacó ventaja al buscar aliados locales para enfrentarlos, entre ellos los totonacas y los tlaxcaltecas entre otras tribus que estaban hartas del sometimiento al que los condenaban sus dominadores Mexicas.
Apaciguado el estado de cosas, Cortés se reunió con su esposa Catalina quien proveniente de España se reunió con su marido y Marina, hasta entonces su concubina, fue hecha de lado. Marina no solo ayudó a Cortés como traductora, mensajera y consejera, sino que también con ella procreó a Martín Cortés, el primer mestizo conocido con nombre y apellido. Octavio Paz en «El laberinto de la soledad» la ejemplifica como el epíteto de la «chingada», una de las expresiones con más carga peyorativa del mexicano. Y esa es la suerte que corrió Malinche, a quien en sus memorias olvidó Cortés. No así el imaginario de los mexicanos, en quienes hasta la actualidad ha quedado fija su memoria como traidora y, si lo razonamos un poco, la indiscutible madre de nuestro origen mestizo. Sin ella no estaríamos aquí, ni yo escribiendo ni usted leyéndome.