En la mente de los mexicanos está presente una fecha: 19 de septiembre. De manera coincidente, este día, aunque en diferente año, sucedieron dos terremotos de gran magnitud que han significado cambios en la vida de muchas personas y, sin lugar a duda, del país.

La historia fue la misma en 1985 y en 2017: la solidaridad se hizo patente inmediatamente después de lo sucedido. Ciudadanos salieron a las calles de manera espontánea en ayuda del prójimo -aún sin conocerlo-, sin más herramientas que sus manos y el deseo de rescatar al mayor número de personas posible de entre los escombros de las viviendas, edificios públicos y privados.

Los rayos del Sol, la lluvia, el frío, la noche o el cansancio extremo quedaron de lado ante una situación que demandaba la ayuda urgente, la que nadie regateaba.

“Es una coincidencia tremenda que ocurrieran dos temblores destructivos el mismo día del año. Pero todos los días del año se registra una gran cantidad de sismos, la mayoría pequeños e imperceptibles, y si bien en la memoria tenemos presente el del 19, fue más destructivo el del 7 de septiembre de 2017”, asegura Arturo Iglesias Mendoza, del Departamento de Sismología de la UNAM.

El terremoto del 19 de septiembre de 1985 tuvo su origen en la desembocadura del Río Balsas, en Michoacán, se registró a las 7:19 horas, con una magnitud de 8.1.

Todo cambió

Después de ese acontecimiento, añade Víctor Hugo Espíndola Castro, experto del Servicio Sismológico Nacional (SSN) del Instituto de Geofísica de la UNAM, se modificaron diversos aspectos en el país, notablemente en la sismología, la percepción del peligro y el riesgo.

Transcurrieron 32 años de aquel terremoto que afectó severamente al entonces Distrito Federal. Eran las 13:14 horas del 19 de septiembre, pero de 2017, cuando justamente el día en que se efectuaba un simulacro en la capital mexicana se registraba un sismo de magnitud 7.1, originado en Chiautla de Tapia, Puebla.

Debido a estas experiencias, Dora Carreón Freyre, del Centro de Geociencias de la UNAM, destaca que se ha creado mayor conciencia en la población ante la vulnerabilidad física del sitio donde vivimos.

“Cada vez las personas de la Ciudad de México son más conscientes de que se extrae demasiada agua, que es una ciudad mucho más poblada, se está construyendo donde no debería”, acota.

Además, antes del terremoto de 1985 no se trataba el tema de la protección civil y tampoco existía una institución responsable en la materia.

En las nuevas generaciones se fomenta la cultura de actuar correctamente ante un desastre: no corro, no grito, no empujo; así como la realización de simulacros.

Trae a la memoria el Atlas Nacional de Riesgos en cuya elaboración participó entre 2016 y 2017. Se trata de un sistema de mapas donde es posible revisar el fracturamiento del suelo, “es una primera imagen del suelo en el que pisamos”.

“Ciudadanos que lo han utilizado nos comentaron que el mapa ‘les dio mucho poder’, pues ahora son conscientes de las condiciones del sitio donde vivían, lo que antes no pasaba”, destaca la experta en Ingeniería Geológica y Geotécnia.

¿Podemos esperar entonces un gran sismo? La respuesta es sí, enfatizan los expertos. ¿Cuándo? Nadie lo sabe, pero podría originarse en Guerrero o Michoacán, como el sismo de 1985; del sureste de Acapulco, donde provino el que ocasionó la caída del Ángel de la Independencia; de Chiapas, Jalisco o Baja California, por lo que siempre es necesario estar preparados.

Iglesias Mendoza deja en claro que si bien se ha comentado la posibilidad de que se suscite un gran sismo en la zona de la Brecha de Guerrero, pues desde 1911 no ha ocurrido un movimiento de tal magnitud, hay estudios que explican el por qué no se ha presentado.

Un país más prevenido

A partir de 1910 el SSN monitorea la actividad sísmica y proporciona información a la sociedad y a las autoridades lo más pronto posible, a fin de que éstas tomen decisiones. Asimismo, revisa datos lo cual permite generar nuevo conocimiento y significa un servicio social clave para la nación.

Gracias a ello, se sabe que a lo largo de su historia nuestro país ha registrado múltiples terremotos de gran magnitud: el ocurrido en 1932 en Colima, (8.2), uno de los más recordados; el llamado “sismo del Ángel”, de 7.8, originado al sureste de Acapulco, en 1957.

Además, el de Ometepec, Guerrero (7.5), en 2012; Mexicali, Baja California (7.2), en 2010; y el famoso sismo de Acambay (6.9) de 1912, con epicentro en el Estado de México, por mencionar algunos.

“Hay cientos de sismos de magnitudes intermedias a altas que desafortunadamente provocan muchos daños localmente y, los que habitamos la Ciudad de México nos olvidamos un poco cuando un sismo no tiene efectos aquí. En 1985, cuatro días antes del 19 de septiembre se registró otro movimiento de 5.9 al noroeste de la capital oaxaqueña y hubo muchísimos daños locales”, recuerda Víctor Hugo Espíndola.

Hoy se sabe, agrega, que en septiembre de 2017 sucedieron más de seis mil sismos localizados, muchos de ellos réplicas del acontecido el 7 de septiembre, cuya magnitud fue de 8.2, con origen en el Golfo de Tehuantepec, Chiapas.

Del 2000 a la fecha se da mayor impulso al SSN y si hace una década se documentaron no más de cuatro mil sismos en un año, en 2019 su red de equipos localizó 24 mil. En lo que va de 2020 se detectaron 22 mil. “No es que tiemble más, sino que ha mejorado considerablemente la instrumentación sísmica y hoy se registra mejor lo que ocurre en el territorio nacional”, precisa.

México se ubica en una zona de alta sismicidad, de ahí los constantes movimientos telúricos, porque se ubica sobre cinco placas tectónicas: Caribe, Pacífico, Norteamericana, Rivera y Cocos.

Si bien las que llaman la atención y generan más estudios son las dos últimas, debido a que se desplazan bajo la placa Norteamericana de cuatro a seis centímetros por año -lo que ocasiona el mayor número de movimientos telúricos en el territorio-, se requiere monitorear a detalle la zona norte del país.

Por ejemplo, a finales del siglo XIX se registró un temblor muy importante en Bavispe, Sonora, de magnitud 6.7. Aunque en 1887 tenían una baja población, hoy es una zona con un importante número de habitantes.

Además de la compilación de datos y el registro de los sismos, el SSN y el Instituto de Geofísica trabajan en la divulgación científica y la formación de Recursos Humanos, ofrecen información de calidad a la población, cursos de sismología para profesionales y profesores de nivel bachillerato.

Contribución de la UNAM

Los especialistas coinciden en señalar que con el tiempo la Universidad ha refinado sus sistemas de medición de sismos; también ha generado gran cantidad de datos útiles en la ingeniería civil, que utiliza estructuras más resistentes para salvar vidas; los centros de geociencias revelan más sobre el comportamiento de esos fenómenos y las ondas que generan. En suma, se hace un trabajo multidisciplinario en favor de la sociedad.

“En la Universidad hay un esfuerzo para que este tema sea más multidisciplinario y en una misma mesa se trabaja con sismólogos, ingenieros, psicólogos, médicos, tomadores de decisiones, porque desde nuestra trinchera no vemos todo y este es un buen momento para pensar de manera holística”, señala Iglesias Mendoza.

Y subraya: en este tipo de sucesos la contribución de la UNAM también es muy importante en aspectos como el acopio de alimentos y la investigación científica, entre otros. BP